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Deflación o inflación: ¿hacia dónde camina la economía?

Fri Dec 11 12:23:51 CET 2020

Aunque un contexto de precios bajos puede seducir a muchos consumidores, a la larga, no significan buenas noticias para la economía. La salida de la crisis sanitaria marcará el futuro de muchas industrias, sumidas desde hace meses en una espiral deflacionista.

En apariencia, la deflación solo puede traer cosas buenas para los consumidores, ya que, al contraerse la oferta monetaria en una economía, en principio, el escenario más habitual es que se termine produciendo una bajada general en los precios de los bienes y de los servicios. Además, el valor de la moneda, en teoría, sube, lo que significa que aumenta su poder adquisitivo, o, lo que es lo mismo, cada individuo puede adquirir más productos aunque disponga del mismo dinero que antes. Sin embargo, debajo de la superficie de esta situación, lo cierto es que la deflación puede ser bastante lesiva para cualquier economía.

Al comercio no le gusta la incertidumbre

Que los precios caigan de manera significativa en un corto periodo de tiempo solo puede significar que existe alguna situación extraordinaria que ha provocado tal hecho. En anteriores crisis económicas, casi siempre el detonante fue la entrada en recesión, momento en el que los hogares, tradicionalmente, reducen su consumo y privilegian el ahorro para intentar capear la situación lo mejor posible.

En el caso de la coyuntura actual, la paralización o la ralentización acusada de la actividad económica como daño colateral de las restricciones de movilidad para detener el avance en el número de contagios por la COVID-19 ha afectado sobremanera a la facturación de bastantes industrias, lo que se ha unido al crecimiento en el desempleo. Todo ello ha provocado un cóctel de pánico, en el que los consumidores han decidido posponer muchas de sus decisiones de compra más relevantes, como un coche o una casa, a la espera de que mejore la situación económica y se reduzca la incertidumbre.

Uno de los principales problemas de una espiral deflacionista es la depresión del consumo, que afecta negativamente al empleo y a la actividad de las empresas

De este modo, se formaliza el círculo vicioso de la deflación: una caída en el consumo provoca despidos e inestabilidad en el plano laboral, el poder adquisitivo de las familias empeora y las empresas, preocupadas por las importantes caídas en su facturación, se ven empujadas a rebajar el precio de sus productos. Al caer sus beneficios, los salarios se resienten, y, con ello, el dinero que se mueve en la economía, lo cual, a medio plazo, se traduce en un empeoramiento en los ingresos de las arcas públicas, que afecta negativamente a todas las partidas e inversiones del Estado, mientras que, a nivel más macroeconómico, se dificulta la capacidad de reducir la deuda externa.

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Qué escenario de precios está dibujando la pandemia

Una de las dificultades para abordar el análisis de la crisis actual es que no existen precedentes, al menos, en las últimas décadas, que sirvan para establecer una comparación posible. En anteriores ocasiones, las ‘burbujas’ en ciertos segmentos de los mercados o los problemas de estrangulamiento en el acceso al crédito fueron los principales detonantes de las recesiones, lo que provocó la reacción de los Gobiernos y de los reguladores para promover la reactivación económica. Sin embargo, en esta ocasión, las contundentes medidas a todos los niveles para atajar el incremento de contagios por la COVID-19, ocasionaron, al inicio, sobre todo, la contracción súbita del comercio. Además, a diferencia de otros episodios recientes, el actual escenario de tipos de interés cercanos a cero hace que el acceso a la financiación sea más sencillo, si bien, eso soluciona solo en parte los problemas de solvencia de muchas entidades.

En este sentido, desde el principio de la pandemia existen indicios tanto para prever que, en 2021, la economía mundial será testigo de un repunte de la inflación, como para el escenario diametralmente opuesto, es decir, que se vivirá una coyuntura deflacionista. En relación al primer supuesto, el informe ‘COVID-19 and the CPI: Is Inflation Underestimated?’, elaborado por el Fondo Monetario Internacional (FMI), señala que, en cuanto se concrete mejor el final de la pandemia gracias al éxito en la aplicación de las primeras vacunas, es muy probable una salida de la crisis a escala global en forma de V, con un notable crecimiento del empleo y del consumo, que, en el caso de las materias primas, se traducirá en un incremento relevante en los precios y, con ello, en un auge de la inflación.

En la eurozona, la inflación permanece estancada, pero se confía en un importante crecimiento del consumo una vez se confirme el éxito de las vacunas contra la COVID-19

En el caso de la eurozona, según los datos de Eurostat, entre marzo y mayo, la inflación pasó de crecer un 1,2% a quedarse en el 0% como consecuencia del efecto de las medidas de confinamiento. Sin embargo, según se señala en el documento del organismo supranacional, la caída en la facturación de muchas industrias se compensó con un auge, hasta el momento desconocido, del consumo online, lo que significa que, cuando se recupere la normalidad y finalicen los estados de alarma, así como otras medidas destinadas a contener el aumento de los contagios por coronavirus, es previsible que sectores que, de manera tradicional, influyen mucho por su volatilidad en los precios sobre la inflación, como el del transporte, el de la alimentación o el de la energía, vuelvan a tirar con fuerza de ella, sobre todo, a partir de 2021.

¿Vuelta a las presiones deflacionistas?

Sin embargo, este escenario ‘idílico’ de una súbita e inminente recuperación de la economía mundial parece cada vez más difícil. Así, al menos, lo reconoce The Conference Board en su ‘Economic Outlook 2021’, en el que se afirma que la magnitud de la caída en la actividad y en la demanda ha sido tan abrupta desde marzo que será prácticamente imposible contemplar un repunte de la inflación a corto y a medio plazo. Uno de los principales argumentos para justificar este planteamiento es que la evolución entre la oferta y la demanda de muchas industrias, al menos en Estados Unidos y Europa, seguirá suponiendo una presión deflacionista.

De hecho, tal y como se afirma en el estudio ‘Global Economic Outlook Datasheet’, de Fitch, es bastante probable que las familias mantengan durante bastante tiempo una estrategia de apuesta por el aumento de su tasa de ahorro, habida cuenta de que siguen existiendo muchas dudas sobre la evolución de la economía, y porque, en muchos hogares, los rigores de la crisis han afectado su poder adquisitivo y su nivel de ingresos hasta tal punto que se ha disparado su endeudamiento. Y eso que, según señala este mismo informe, la rapidez y la contundencia de muchas de las medidas fiscales (como las líneas de avales y los diferimientos de impuestos para las empresas) y favorecedoras del mantenimiento de empleos (como es el caso de los Expedientes de Regulación Temporal de Empleo, los ERTE) han logrado contener de manera relevante la espiral deflacionista.

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En el caso de Europa, el activo papel del Banco Central Europeo (BCE) a la hora de comprar grandes cantidades de deuda pública europea para proporcionar abundante liquidez al sector financiero ha contribuido en mantener la oferta y evitar el desplome de la demanda, pero, ni siquiera así se ha conseguido un repunte significativo de la inflación. El problema es que, hasta el momento, el organismo ha privilegiado la activación económica antes que una estrategia de control de los precios. Quizá cuando la crisis sanitaria vaya acercándose a su final cambien las prioridades de este y de otros bancos centrales para apostar por el fomento de políticas más inflacionistas, pero, hasta entonces, parece que la opinión mayoritaria es que los precios bajos seguirán acompañando a la economía mundial, al menos, durante un tiempo.

Fotografía de Rob Wilson en Unsplash
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