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Inflación y COVID-19: ¿cómo cubrir la cartera?

10/09/2020

Es posible proteger las inversiones y, además, obtener rentabilidad en periodos de crecimiento en los precios, pero conviene informarse bien antes de tomar cualquier decisión, ya que, también, existen riesgos asociados.

Si se analiza cualquier folleto comercial de una tienda de electrónica de finales de la década de los noventa, se encontrarán ofertas de productos como contestadores automáticos, cámaras de fotos, teléfonos fijos para el hogar o para la oficina, termómetros digitales, ordenadores, calculadoras, escáneres o ‘buscas’, por citar solo algunos ejemplos. Hoy, un smartphone que utiliza cualquier persona, con independencia de su precio, marca y prestaciones, es capaz de llevar a cabo las tareas que, conjuntamente, realizaban el abanico de aparatos antes mencionados. Sin embargo, la comparación entre el precio de la suma de todos estos bienes es muy superior al del teléfono móvil, incluso sin tener en cuenta la evolución durante esas tres últimas décadas de la economía, lo que sirve para demostrar cómo la innovación tecnológica está influyendo desde hace algunos años en la evolución de la inflación, es decir, en la subida generalizada de los precios en un país durante un tiempo determinado.

No ha sido esta la única causa que explica el porqué del espiral a la baja del índice de precios al consumo (IPC), que es el indicador formal de la inflación, en la mayoría de los países desarrollados, aunque sí uno de los más importantes. En esta misma línea, la generalización en el uso de Internet por parte de los consumidores ha provocado un auge sin precedentes de las compras online, permitiendo que sea posible, a golpe de click y de un modo muy transparente, comparar precios entre diferentes marketplaces, lo que posibilita al cliente discriminar proveedores hasta elegir la oferta que más le conviene en cuanto a la relación calidad- precio. También ha contribuido a este rally deflacionista el fenómeno de la globalización, que ha favorecido un incremento de las relaciones comerciales entre países y entre regiones, dando lugar, desde la óptica de las empresas a la deslocalización, por medio de la cual han buscado ubicaciones para sus fábricas que les permitieran ofrecer productos y servicios más competitivos. Desde el lado de la energía, después de que en 2008 el barril de petróleo Brent llegara a superar los 147 dólares, el precio del conocido como ‘oro negro’ ha ido paulatinamente cayendo, hasta el punto de que, a comienzos de 2020, llegó a situarse en torno a los 15 dólares, en tanto que otras fuentes de energía renovables han ido ganando peso en el mix energético.

La tecnología, las compras ‘online’, la globalización o la caída en el precio de la energía son algunos factores que explican la espiral deflacionista de los últimos años

Cambio de paradigma

La crisis sanitaria provocada por el coronavirus ha cambiado muchas cosas, pero, desde el punto de vista del comercio mundial, su efecto más demoledor se ha dejado sentir en las cadenas de suministro globales. El inicio de la pandemia en China, principal proveedor de bienes y materias primas del planeta, afectó de lleno a muchas industrias europeas y norteamericanas, que ya antes de que comenzaran las medidas de confinamiento en Occidente, vieron cómo debían ralentizar, cuando no directamente parar, la actividad de sus plantas de producción. Las restricciones a la libre circulación de mercancías es ya un hecho en bastantes fronteras de todo el mundo, al igual que, también, se ha reducido de modo sensible el tráfico aéreo. Por ello, cada vez más compañías se están replanteando una remodelación completa de sus cadenas de suministros sin valorar tanto el factor coste, pero con la necesidad de encontrar mecanismos para evitar que, en el futuro, otra crisis similar les impida seguir con el desarrollo habitual de sus actividades. Todo este nuevo escenario, en el que todavía quedan muchos flecos, principalmente macroeconómicos, por definir, como la evolución de la Guerra Comercial entre China y EE.UU., el conflicto abierto entre algunos de los principales socios productores de petróleo alineados en la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), la concreción o no de un acuerdo comercial entre Reino Unido y la Unión Europea…, conllevará, con mucha probabilidad, costes más altos en la fabricación de productos que, de un modo u otro, se trasladarán al precio de venta final al consumidor, lo que debería empujar hacia arriba la inflación.

Protegerse del incremento de precios

La teoría económica clásica afirma que, en periodos de crecimiento, como el que podría afrontar el mundo en los próximos meses tras las recientes caídas (si se logra una contención efectiva de la pandemia), la demanda de bienes sube, lo que provoca un aumento general en los precios y en la inflación. Este efecto tiene mucha importancia para los inversores de renta fija en lo que se refiere a la rentabilidad real de los productos que tienen contratados. El problema es que no siempre se percibe de modo adecuado este efecto, porque el ahorrador se suele fijar en la rentabilidad nominal que le ofrecen sus bonos, sus Letras del Tesoro o sus depósitos a plazo, pensando en que su riqueza se incrementa en el mismo porcentaje. Sin embargo, esta creencia es errónea, porque lo que hay que tener en cuenta es la rentabilidad real, que no es otra cosa que el resultado de restar a la rentabilidad nominal el efecto de la inflación. Cuanto mayor sea el incremento en los precios de un país más interés tendrá que ofrecer un producto de renta fija para lograr batir a la inflación y, por lo tanto, ser en verdad rentable para su poseedor. Pero, en el contexto general de bajos tipos de interés impulsado por las políticas monetarias de los Bancos Centrales, parece complicado vislumbrar a corto plazo un repunte significativo en este sentido.

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Para combatir el riesgo de la inflación, los especialistas recomiendan incorporarla como un elemento más a la hora de tener en cuenta la confección y la gestión de una cartera de inversiones, alineando esta con las expectativas sobre la evolución de los precios en un horizonte temporal determinado. Por ejemplo, los activos más líquidos, como, por definición, suelen ser las acciones, pueden beneficiarse de una inflación moderada, si sus ganancias van en correlación a ese incremento general en los precios. Por el contrario, mantener el ahorro en efectivo no parece la opción más recomendable, ya que si el IPC crece y el dinero ‘no está trabajando’, en realidad está perdiendo su valor poco a poco.

Sin embargo, existen alternativas en la renta fija. El Gobierno de EE.UU., por ejemplo, emite unos bonos protegidos contra la inflación (conocidos más comúnmente como TIPS) que garantizan un rendimiento cerrado, generalmente en el entorno del 2%, más la inflación que resulte cada año. Son una de las inversiones más seguras que pueden hacerse, ya que el riesgo de crédito es inapreciable (EE.UU. es la locomotora económica mundial) y existe mucha negociación sobre ellos en el mercado. Los TIPS ajustan su valor principal y el pago dos veces cada ejercicio para compensar la inflación.

Volviendo a la renta variable, las acciones se consideran comúnmente como un activo de protección contra la inflación ya que, con el tiempo, el rendimiento de las acciones superará la inflación. Por esta razón, las acciones son activos que brindan protección contra la inflación que beneficia la inversión a largo plazo. Al asignar activos en su cartera, los expertos dicen que tener una asignación sustancial a las acciones es importante para el potencial de crecimiento al tiempo que compensa el riesgo de inflación.

Finalmente, otra manera de cubrirse de un modo orgánico ante el crecimiento en los precios es a través de los Real Estate Investment Trust (REIT), que, en España, se denominan Sociedades Anónimas Cotizadas de Inversión Inmobiliaria (Socimis). Al estar íntimamente ligados al mercado inmobiliario, cualquier incremento en las tasas de inflación hace que los precios de los pisos y de otros activos del ladrillo suban en la misma proporción y de manera inmediata. Además, este tipo de entidades ofrecen una elevada diversificación a cualquier cartera y es probable que lleguen a generar rentabilidades más elevadas que los bonos.

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Fotografía de Annie Spratt en Unplash
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