En cualquier crisis los mercados suelen sufrir diversos episodios de correcciones, que, por norma general, llevan al pánico a algunos inversores, principalmente, por la sensación de incertidumbre así como, también, por la extensión y la contundencia de dichas caídas bursátiles. Sin embargo, es en estas coyunturas en las que pueden surgir importantes oportunidades de inversión, ya que, con frecuencia, será posible comprar acciones o entrar en otros activos financieros a precios más baratos que en otros momentos del ciclo. La paciencia, la diversificación y el asesoramiento profesional son, sin lugar a dudas, herramientas muy importantes para navegar en estos entornos con notables posibilidades de éxito.
Otra de las características de la Bolsa en episodios como los que se han vivido durante los meses pasados es que se dispara la volatilidad. Formalmente, la volatilidad consiste en una desviación de la rentabilidad de un activo con respecto a su media, o, en lenguaje más coloquial, es el parámetro que mide lo que varía el precio de una acción en el mercado durante un periodo de tiempo determinado. Es decir, que cuanta más volatilidad exista, más fluctuará una cartera pero, también, existirán más opciones para implementar modificaciones en ella y, por ejemplo, adquirir activos a precios más bajos, con el objetivo de que, a medio y a largo plazo, se revaloricen y mejoren el rendimiento medio del portfolio de inversiones.
No es lo mismo el riesgo que la volatilidad
En una coyuntura de crisis, la volatilidad puede convertirse en un gran aliado para el ahorrador, siempre que planifique sus inversiones pensando en un horizonte temporal amplio. Además, es importante tener presente que realizar una estrategia financiera basada en ella no significa, necesariamente, que se apueste por tomar más riesgos, sino que, a través de la diversificación, se debe combinar en una cartera valores de renta variable con un perfil más agresivo con otros activos más conservadores, pero que sirvan para complementarse entre sí. De este modo, se compensarán los posibles comportamientos negativos, en un momento dado, con el buen desempeño de otros.
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Si para calcular la volatilidad resulta imprescindible conocer las rentabilidades pasadas de un activo, en el caso del riesgo su estimación depende de diversos elementos, como, por ejemplo, el riesgo divisa, la solvencia de una compañía o la geopolítica. Se mide, tal y como afirma la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV), a través de una escala que va del uno al siete. Por su parte, la volatilidad tiene como referencia al Chicago Board Options Exchange Market Volatity Index, más conocido como índice VIX, que evalúa la volatilidad en el mercado de Estados Unidos a 30 días. Por regla general, la volatilidad a corto plazo no debería preocupar a ningún inversor que planifica su cartera en un horizonte temporal largo, pero, en cambio, sí le debería inquietar contar con diversos paquetes de acciones pertenecientes a compañías con un riesgo elevado.
La importancia de los productos de bajo riesgo
Los activos de bajo riesgo son aquellos que tienen la vocación de proteger el capital procurando minimizar, dentro de lo posible, las pérdidas. Para las personas con un perfil más conservador, episodios de tanta incertidumbre en los mercados suelen producirles bastante inquietud y nerviosismo y, algunas de ellas, movidas por el miedo, pueden, incluso, deshacer sus posiciones después de haberse producido caídas significativas, lo que les puede acarrear serias pérdidas en sus patrimonios. Por ello, en este tipo de coyunturas, es más que probable que un asesor les recomiende reducir su exposición a la renta variable, apostar por productos con un bajo riesgo y preservar algo de liquidez por si surgen, en el futuro, oportunidades relevantes de inversión.
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Entre estos activos conservadores, sin duda, uno de los que tiene un nivel de riesgo menor es el depósito a plazo fijo, que, básicamente, es un mecanismo de ahorro en el largo plazo por el que una entidad financiera ofrece una bonificación al cliente si mantiene su capital durante un periodo de tiempo determinado. Aunque han sido los reyes en cuanto a las preferencias de los inversores españoles durante muchos años, el contexto actual de tipos de interés cercanos a cero ha desincentivado enormemente su atractivo, debido a que si se pretende obtener algo de rentabilidad por los ahorros, al menos, batiendo a la inflación, hay que apostar por otro tipo de productos.
Otro activo de bajo riesgo muy popular son los seguros de ahorro, por el que una entidad se compromete a abonar al cliente una determinada cantidad de dinero en una fecha que se pacta de antemano. Existen distintos tipos, como los planes individuales de ahorro sistemáticos (PIAS), los planes de previsión asegurados (PPA), los seguros de rentas vitalicias o los seguros individuales de ahorro a largo plazo (SIALP). Además, existe otro más, que es en el que mayor riesgo se asume y que se denomina Unit Linked, que, en realidad, es un híbrido entre seguro de ahorro y de inversión, donde el ahorrador designa en qué activos quiere invertir. Estos ofrecen una mayor capacidad de gestión al titular de la póliza que otros y, también, una rentabilidad potencialmente más elevada.
Existen, también, fondos de inversión con un perfil conservador o defensivo, es decir, con un bajo riesgo, y que, en general, apuestan por una mayor exposición a la renta fija. A pesar de todo, la mayoría de ellos, con la salvedad de los garantizados, no aseguran recuperar la inversión inicial, y es muy improbable que llegue a cosechar pérdidas significativas. Todos los fondos que se comercializan en Europa tienen un indicador de riesgo, conocido como Synthetic Risk and Reward Indicator (SRRI), que clasifica los fondos desde el uno (con un riesgo muy bajo) hasta el siete (los de mayor riesgo). Antes de decantarse por algún producto de estas características, siempre es importante consultar su nivel SRRI, que deberá aparecer en su correspondiente ficha de inversión.
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Criterios de selección de los activos de bajo riesgo
La principal ventaja de los productos de bajo riesgo, a excepción de los depósitos a plazo, es su liquidez, lo que significa que siempre se podrá recuperar lo invertido en poco tiempo y, normalmente, sin tener que afrontar ninguna penalización. Teniendo esto presente, para elegir los que formarán parte de una cartera, conviene, en primer lugar, conocer el perfil de riesgo del inversor. Para responder a esta cuestión, el camino más fácil es preguntar qué porcentaje de todo el capital invertido se podría asumir como pérdida en un momento dado, sin que eso lleve a tomar decisiones drásticas sobre el portfolio de inversiones.
El otro dilema a resolver es la finalidad de la inversión. Si esta forma parte de los objetivos vitales para, cuando llegue el momento, complementar la pensión de jubilación, un seguro de ahorro o un depósito pueden ser buenas alternativas. Pero si, también, se quiere optar a aprovechar potenciales oportunidades en los mercados que puedan surgir, los fondos de inversión, por su vocación de diversificación, se plantean como la opción idónea. En cualquier caso, contar con el apoyo del asesoramiento profesional puede ser el camino más adecuado para ordenar las ideas, desarrollar una buena estrategia y confeccionar una cartera que tenga en cuenta tanto activos de bajo riesgo como otros más agresivos, encaminada a la consecución de unos objetivos mínimos, pero suficientes, de rentabilidad.