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¿Cómo es realmente mi aversión al riesgo como inversor?

Tue Nov 17 11:26:51 CET 2020

El nivel de riesgo que cada inversor asuma debe permitirle sentirse cómodo con su decisión

En el ámbito de las inversiones hablar de rentabilidad es hacerlo, ineludiblemente, de riesgo. Ambos conceptos van de la mano y cuánto más rendimiento se espere conseguir de un activo, más riesgo habrá que asumir. El riesgo podría definirse como la incertidumbre que rodea a una inversión, ya que no se puede saber si ésta generará ganancias, si no se producirá ningún beneficio o, incluso, si se perderá capital. Entender ambos conceptos y cómo se relacionan entre sí es clave antes de realizar cualquier operación.

Desde la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) diferencian dos tipos de riesgo: el que se está dispuesto a asumir y el que se puede asumir. En el primer caso, como explican desde el organismo, "una persona puede realizar inversiones muy arriesgadas -con la esperanza de obtener una rentabilidad alta- y estar totalmente tranquila. Otra, sin embargo, no podrá soportar la idea de que sus inversiones sufran el más mínimo contratiempo, por lo que no le interesará un producto que implique alguna posibilidad de pérdida. Desde este punto de vista, el nivel de riesgo que cada inversor asuma debe permitirle sentirse cómodo con su decisión".

Esto es lo que marcará lo que se conoce como el perfil del inversor. Dependiendo del riesgo que se quiera tomar, se deberá optar por invertir en unos productos u otros. Normalmente se distinguen tres perfiles: el conservador, que trata de preservar el capital y busca superar la inflación y, por tanto, admite baja exposición al riesgo; el moderado, que busca el equilibrio entre estabilidad y crecimiento patrimonial, por lo que la exposición al riesgo tolerada es intermedia; y el agresivo, que quiere maximizar la rentabilidad, por lo que su exposición al riesgo es elevada.

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El segundo tipo de riesgo está relacionado con el nivel de gasto que se puede asumir. Es necesario que el riesgo de las inversiones esté en consonancia con la situación financiera y con los objetivos del inversor. "Si queremos tener una parte de nuestros ahorros disponibles para atender un pago dentro de tres meses, el nivel de riesgo que debemos asumir al invertir será muy bajo, ya que no podremos exponernos a que pasados los tres meses tengamos menos dinero y no podamos atender el pago", señalan desde la CNMV.

Escucha el Podcast de Banco Sabadell y descubre cómo influyen las emociones en la toma de decisiones al invertir:

 

"El cerebro provoca que veamos el ahorro como una pérdida", afirma Diego Valero, Presidente de Novaster y experto en pensiones y finanzas del comportamiento.

Tipos de riesgo financiero

Todos los activos financieros, en mayor o menor medida, incorporan algún tipo de riesgo, por lo que su conocimiento es fundamental antes de invertir. Uno de ellos es el riesgo del precio, en el que se produce una variación causada por factores específicos o genéricos. Un ejemplo claro de esto han sido las abruptas caídas vistas estos meses en los mercados debido a la crisis sanitaria provocada por la COVID-19.

"Si invertimos en acciones de una determinada empresa, corremos el riesgo de que en el futuro esta empresa no logre los resultados esperados (porque los clientes dejan de comprar sus productos o servicios, porque tiene gastos extraordinarios...), y como consecuencia se produzca un descenso del precio de sus acciones en el mercado", argumentan desde la CNMV.

Otro de los riesgos es el asociado a los tipos de interés, cuya variación afecta a los activos de renta fija. Cuando los tipos de interés suben, el precio de la renta fija en cartera disminuye y a la inversa. Por su parte, el riesgo de la liquidez hace referencia a la posibilidad de deshacer la inversión a su valor de mercado. "Una menor liquidez redundará, si el resto de características permanecen iguales, en una mayor rentabilidad exigida. Algunos productos tienen liquidez restringida a unas determinadas fechas o tienen establecidas comisiones. En casos de liquidez extrema, puede llegar a resultar imposible recuperar la inversión en el momento deseado. Con carácter general, puede decirse que los valores cotizados son muy líquidos, ya que es fácil venderlos a un valor cierto (la cotización que en ese momento tengan en el mercado). Por el contrario, un inmueble es poco líquido ya que hay mayor incertidumbre sobre cuál es su verdadero valor, los costes asociados a la venta pueden ser significativos y si nos corre prisa venderlo, probablemente tendremos que rebajar el precio", exponen desde la CNMV.

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Por último, también existe el riesgo de la divisa: Es posible que el valor de las inversiones se vea afectado por las variaciones en los tipos de cambio. Si un inversor español adquiere acciones en dólares, la depreciación -pérdida de valor- del dólar frente al euro incidiría de forma negativa en la rentabilidad final.

Hay que tener en cuenta todos estos elementos a la hora de determinar qué tipo de riesgo se está dispuesto a asumir. Sobre todo, en un entorno como el actual, en el que las emociones suelen influir de manera muy notoria en el comportamiento de los inversores, llevándoles incluso a tomar decisiones equivocadas y basadas en los sentimientos en lugar de en el razonamiento. De hecho, el 80% de los inversores particulares y el 30% de los institucionales se mueven antes por inercia que por lógica, según afirma la Harvard Business School.

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A este respecto, Federico Servetto, director de Estrategia de Clientes de Banco Sabadell, indica que "ninguna crisis ha sido predicha y presumiblemente ninguna lo será. La crisis generada a raíz de la pandemia de la COVID-19 vuelve a remarcar esta evidencia. Muchos podrán decir lo contrario, pero justamente una de las condiciones para que se produzca una crisis económica o financiera es que no sean esperadas o anticipadas".

Por tanto, teniendo en cuenta que nadie cuenta con una bola de cristal que prediga el futuro, Servetto recomienda "estar preparados para enfrentar períodos de incertidumbre y volatilidad con las inversiones. Para ello, la recomendación clave es tener el dinero invertido correctamente diversificado y con un nivel de riesgo acorde con el perfil como inversor".

Invertir teniendo en cuenta los sesgos

Las emociones juegan un papel fundamental en la toma de decisiones, sobre todo, cuando se trata de sentimientos negativos. Tal y cómo explica Valero en el Podcast de Banco Sabadell, mencionando a Daniel Kahneman y Amos Tversky, padres de la teoría prospectiva, el cerebro percibe las pérdidas con una intensidad 2,5 veces mayor que las recompensas. Por tanto, el placer de ganar 100 euros es menor que el dolor que se siente al perderlos, porque el cerebro humano tiende siempre a sobredimensionar lo negativo.

Por ello, uno de los consejos de los expertos es dejarse asesorar por profesionales. A fin de cuentas, cuando existe un problema de salud se acude al médico y con las finanzas debería ocurrir algo parecido. "El asesor analiza las cosas con cierta distancia, lo que le aporta perspectiva, y le ayuda a dar un planteamiento racional a las decisiones de inversión. Además, cuenta con la formación y la experiencia específica que es la base profesional indispensable para la tarea que realiza", sostiene Federico Servetto.

Alrededor de una de cada tres personas confía en los asesores financieros antes de tomar ninguna decisión relativa a su dinero. Una cifra todavía baja si se tiene en cuenta que Valero explica en el podcast que el 70% de las decisiones económicas se toman bajo la influencia de las emociones.

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Si a la falta de educación financiera se le unen las emociones descontroladas, es más que probable que se tomen decisiones erróneas. "Los sesgos son muchos y variados. Al ser elementos intrínsecos al ser humano, son muy difíciles de controlar por quienes no estén habituados al día a día de los mercados financieros. Por ejemplo, un sesgo muy típico es la disonancia cognitiva, es decir, nos creemos lo que nos queremos creer y, en muchos casos, esto puede no coincidir con la verdad", apunta el director de Estrategia de Clientes de Banco Sabadell.

Así, continúa el experto, "es muy común infravalorar los riesgos basándonos en elementos como las rentabilidades pasadas. Pero en esta línea de actuación solemos dejar de lado la realidad más evidente: no hay rentabilidad sin riesgo y las rentabilidades pasadas no garantizan rentabilidades futuras".

Mantener la calma

En los momentos de elevada incertidumbre es cuando el instinto de la huida se pone en marcha y, generalmente, lleva al inversor a vender precipitadamente en vez de mantener la posición o incluso aprovechar para incrementarla. Se requiere calma que, además, debe acompañarse de paciencia para esperar que el mercado se estabilice y la incertidumbre dé paso a las oportunidades.

En este sentido, como sostiene Servetto, hay dos momentos clave cuando se toman decisiones de inversión: al comprar y al vender cualquier tipo de instrumento financiero. "Ambos momentos son vitales para el éxito de la inversión. Ahora bien, generalmente la decisión de compra se medita y estudia con mayor detalle, mientras que el momento de la venta se reflexiona poco y suele venir influenciado por elementos externos, como el contexto o la incertidumbre. Este es uno de los principales errores en los que por lo general se incurre y que en muchos casos lleva a malas experiencias con la inversión".

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Además de la aversión al riesgo, Federico Servetto identifica otros sesgos muy habituales en las resoluciones del inversor. Es el caso de las decisiones heurísticas, aquellas en las que se suele buscar la solución de un problema mediante métodos no rigurosos o racionales, es decir, mediante aproximaciones. También destaca el efecto regencia, que es el error a partir del cual existe una sobre confianza en la calidad de la memoria, lo que lleva a las personas a confiar más en la experiencia que en estudios independientes o la experiencia de otros.

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Asimismo, el contexto juega un papel fundamental, ya que la situación económica, social y política es determinante. Al igual que la personal. No se toman las mismas decisiones en épocas de bonanza que durante una crisis económica. También, hay que intentar deshacerse del efecto ancla: el pasado reciente actúa de amarre y por eso es más importante que el propio presente, provocando que se ignoren los hechos demostrables y cuantificables. Por último, las personas tienden a persistir en el error, dando lugar a la repetición de acciones no beneficiosas.

Fotografía de Adam Nowakowski en Unsplash
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