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Cómo inciden las emociones en las decisiones económicas

Tue Nov 10 10:45:59 CET 2020

Entender que el inversor, como ser humano, no es un ser puramente racional ha sido el fundamento de la economía conductual, una disciplina que promueve el estudio de la toma de decisiones y el comportamiento de los inversores desde la diferencia de sus percepciones y sus sesgos cognitivos.

Al ser humano le mueven las emociones. Esta afirmación, de sobra conocida desde hace tiempo en campos como el de la psicología o el de la publicidad, constituye una cierta novedad en el ámbito de la economía, que ha comenzado a tener en cuenta en mayor medida aspectos psicológicos, antropológicos y sociológicos para explicar el funcionamiento de los mercados y el propio comportamiento de los inversores. Así, surge la economía conductual, pero no como una contraposición a la teoría económica convencional, sino como una disciplina que la complementa y la enriquece.

Controlar las emociones puede ser la solución para evitar tomar decisiones de inversión erróneas. Sin embargo, este proceso no es tan sencillo. El foco del problema está en la percepción, tal y como asegura Diego Valero, Presidente de Novaster, en el Podcast de Banco Sabadell, quien comenta que “en esta crisis económica que ha acompañado a la sanitaria, nuestras reacciones cognitivas y emocionales, es decir, cómo percibimos la realidad, tienen un peso del 70% en nuestras decisiones, influidas también por el miedo a la pérdida, mientras que la parte racional ocupa solo el 30% restante”.

 

En este sentido, se producen lo que en economía conductual se denominan profecías autocumplidas. Es decir: si uno cree que las cosas van a ir mal, al final irán mal, porque cuando uno presenta las cosas desde un punto de vista negativo, las reacciones responden a la negatividad y los resultados acaban siéndolo también. Así, Valero pone el siguiente ejemplo: “En economía dicen que, cuando la gente está convencida de que va a haber inflación, al final la hay aunque no haya razones objetivas, porque todos reaccionan para que no haya inflación, lo cual provoca más inflación”.

El equilibrio emocional, clave en el ahorro

Otra de las consecuencias del impacto de la COVID-19 ha sido el aumento de la tasa de ahorro de las familias, lo cual es positivo para la economía. Sin embargo, una de las razones que lo ha motivado ha sido, precisamente, el miedo a consumir, tal y como señala Valero, quien añade que, aunque “el gran economista John Maynard Keynes decía que el ahorro era el residuo que quedaba entre el ingreso y el consumo, hoy en día, debe estar al mismo nivel que el consumo”.

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La razón que argumenta el doctor en economía es que el ahorro es un consumo diferido, es la posibilidad que tiene una persona de consumir a lo largo de su vida, por lo que es necesario encontrar un equilibrio. Esto también es difícil, debido a que el consumo produce una satisfacción inmediata y “nosotros estamos hechos para el disfrute instantáneo y no para el disfrute retardado, porque no sabemos si llegaremos”, subraya Valero.

Y es que, desde el punto de vista científico, la percepción del ahorro se sitúa en el mismo lugar del cerebro que la percepción de la pérdida. Por lo tanto, la dificultad de ahorrar reside en que hay que engañar al cerebro para poder ahorrar. En este sentido, la clave es conseguir que el ahorro no duela y lograr un equilibrio entre ambas emociones.

Qué son los sesgos cognitivos y cómo afrontarlos

En la mayoría de ocasiones, como con la crisis derivada de la COVID-19, sucede que se perciben de distinta forma según las emociones que suscitan en cada persona. Así, en el proceso de inversión, hay tipificados 128 sesgos cognitivos que pueden nublar la visión del inversor al operar y resultar contraproducentes para sus carteras. Por ello, controlar las emociones e identificar qué sesgo pesa más en cada uno es esencial para obtener rentabilidad, tal y como muestra el informe ‘El efecto de las emociones en nuestras inversiones personales elaborado por Banco Sabadell junto a Novaster y Esade.

En España, según un estudio realizado por Schroders, los principales sesgos que afectan al inversor son los de exceso de confianza y de aversión al riesgo. El primero de ellos se basa en que, en la mayoría de los casos, la persona sobreestima sus propias habilidades y piensa que está por encima de la media, algo que se observa a menudo cuando los mercados están al alza. 

El segundo de los sesgos, el de la aversión al riesgo, consiste en que la mayoría de inversionistas teme más a las pérdidas de lo que gozan las utilidades. Si miran su desempeño en acciones demasiado a menudo, generalmente ven que han perdido dinero y venden todo de nuevo. Por eso, lo que recomienda el informe de Banco Sabadell es que se debe adoptar una visión más a largo plazo y verificar su desempeño en acciones con menos frecuencia y, sobre todo, acudir a un profesional que ayude al inversor a tomar las mejores decisiones y a despojarse de la parte más irracional de las mismas. En este sentido, Valero comenta que el miedo a perder es lo que más afecta, ya que “la práctica nos dice que, para asumir un nivel de pérdida 100, la mayoría de las personas afirma que tendrían que poder ganar 250”.

¿Son los errores individuales relevantes para el mercado?

Las finanzas conductuales muestran que, cuando se trata de riesgo e incertidumbre, el comportamiento de los inversionistas se desvía mucho del escenario ideal del inversionista racional. Y, en la investigación sobre el comportamiento de la actividad de mercado, se ha encontrado una amplia gama de ineficiencias que se conocen como las anomalías del mercado. Parece, así, que los errores individuales de inversión se mueven en la misma dirección y también se producen más o menos al mismo tiempo. John Maynard Keynes, reconocido  economista británico, resumió este problema hace casi cien años: “Los mercados pueden continuar siendo irracionales por más tiempo del que pueden permanecer solventes”. Por lo tanto, una buena gestión de activos debe considerar factores fundamentales, sin menospreciar las finanzas conductuales. Así, en última instancia, lo mejor es ser consciente de los riesgos antes de tomar una decisión y elegir la combinación correcta de riesgo y retorno. 

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Fotografía de Nate Neelson en Unsplash
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