En 2003, Elizabeth Holmes, de 19 años, asombró al mundo con una máquina que podía prever enfermedades a partir de una gota de sangre. Bill Clinton creyó en ella y así fue como se instaló en Silicon Valley con su empresa Theranos. Abby Tevanian, antiguo responsable de software de Apple, Larry Ellison, fundador de Oracle, o Don Lucas, mecenas de la misma, invirtieron en el proyecto sin estudiarlo. Resultó ser un fraude. Los inversores se guiaron por su instinto, fe y ambición, en vez de decidir racionalmente.
Más que inversión, frenesí
La Psicología guarda una rama para estudiar los comportamientos mentales del inversor. Si bien algunas teorías financieras clásicas se basan en que los individuos somos actores racionales que vamos siempre a favor de nuestro propio interés, la pérdida del oremus de un inversor en el momento álgido puede echar eso por tierra. Porque, en la práctica, el 80 % de los inversores se mueve antes por inercia que por lógica, según Harvard Business School.
Así, las denominadas finanzas conductuales analizan las distintas impresiones a las que los inversores se someten, las consecuencias de estas y también las diferencias culturales y formativas a la hora de tomar decisiones. Aquí ya entramos en el terreno de la Sociología. Si sumamos los vaivenes hormonales que se dan en un proceso de inversión, la Biología también tiene explicaciones para los comportamientos del inversor: a más niveles hormonales, más tolerancia al riesgo. Descubre cómo es tu perfil inversor aquí.
El ahorro es la otra cara de la moneda, la del que prefiere guardar su dinero. “Desde el punto de vista psicológico, es lo mismo. Tanto si invertimos como si ahorramos, estamos dejando de consumir ahora para hacerlo más adelante. Invertir no es más que una forma de ahorrar”, explica Montserrat Guillen, catedrática de Econometría, Estadística y Economía Aplicada de la Universitat de Barcelona. Todo dependerá de la satisfacción que nos dé una rentabilidad frente a tener el dinero guardado. ¿Sabes realmente cuál es el coste de tener tus ahorros parados?
En el lado del ahorro, también hay emociones, como el miedo. Porque existe un factor que se llama inflación que, con el paso de los años, va deteriorando el valor de ese dinero guardado, es decir, nos hace perder poder adquisitivo. Por ejemplo, si hace 25 años hubiéramos ahorrado 20.000 euros, por la evolución del IPC, hoy necesitaríamos casi el doble para comprar lo mismo (si lo hubiéramos invertido al 10 %, los 20.000 euros se hubieran quintuplicado).
Otro factor que puede limitar el ahorro, es el deseo de consumir de manera inmediata. Según el profesor en Psicología y Economía del Comportamiento de Duke University (EE.UU.), Dan Ariely, ante la pregunta: “¿Con qué te quedas, con una bici nueva ahora o con mil euros más en tu plan de jubilación?”, la respuesta del individuo suele ser “con la bicicleta”. Porque es tangible y real y el plan de pensiones es algo abstracto.
Controlar las emociones
Ya sea invirtiendo o ahorrando, la premisa debe ser la misma: cabeza fría y sentido común. En el caso del inversor, es mejor tener un plan prediseñado que improvisar. Para mantener las emociones aún más a raya y evitar disgustos, mejor optar por invertir en productos a largo plazo que a corto, más arriesgados. Los sistemas automáticos de inversión, al eliminar el componente emocional, también funcionan para evitar dolores de cabeza. ¿Serán los inversores ideales del futuro robots?
En el caso del ahorrador, Guillen recomienda planificar. Y pensar: “Es importante ahorrar en la medida de lo posible, pero después hay que vigilar que nuestros ahorros no pierdan valor por la inflación; y para ello deben conseguir una rentabilidad suficiente. Lo importante es tener un objetivo de ahorro, para hacer un viaje, por ejemplo. Y evitar las compras compulsivas y pensar más en el reciclaje”.