Al poco de terminar la Segunda Guerra Mundial, la deuda pública en Estados Unidos alcanzó el punto más alto de su historia, por encima del 120% del producto interior bruto (PIB). Fue una de las dos principales consecuencias del aumento en la puesta en circulación de dinero por parte de la Administración norteamericana para dinamizar la economía. La otra fue el crecimiento desorbitado de la inflación, que hizo que, el por entonces joven economista y futuro Premio Nobel, Milton Friedman, dijera una de sus frases más conocidas: “Más que otra cosa, la inflación es, en esencia, un impuesto sin legislación”.
Fuerte cambio de tendencia
Entre las principales novedades en materia económica dentro de la Eurozona que ha traído consigo el comienzo de 2021 destaca el contundente cambio de sentido que ha experimentado la inflación, que ha pasado de niveles muy bajos a bordear crecimientos récord que no se habían visto en las últimas décadas. Baste citar como ejemplo lo ocurrido durante el segundo trimestre de 2020, epicentro de las medidas de confinamiento para atajar el número de contagios por coronavirus: de marzo a junio, la inflación general en la Unión Europea (UE) pasó del 1,2% al 0,1%, como consecuencia, sobre todo, de la caída en los precios de la energía, de los bienes industriales y de la alimentación, según los datos de la Oficina Europea de Estadística (Eurostat).
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A partir del tercer trimestre, esta tendencia a la baja se frenó, aunque no lo suficiente como para que, en agosto, la inflación en la Eurozona cerrara por primera vez en negativo (-0,2%) desde 2016. Esto obligó al Banco Central Europeo (BCE) a revisar su política monetaria, por ejemplo, a través de la flexibilización cuantitativa o los recortes de los tipos de interés. El objetivo era no caer en el fenómeno llamado deflación, que, básicamente, consiste en una caída generalizada en los precios que estanca y ‘deprime’ la actividad económica.
Sin embargo, los primeros atisbos de recuperación como consecuencia, principalmente, de la llegada de las vacunas, provocaron que en enero de 2021 la inflación general de la UE repuntara un 0,9%, a pesar de que los precios de la energía descendieron un -4,1%. El BCE ya habla de que, en 2021, el crecimiento de esta magnitud podría superar la barrera psicológica del 2%. Una noticia que, en principio, es positiva, porque subraya las expectativas de recuperación económica que hay en la Eurozona pero que, desde el punto de vista del inversor, obliga a replantear la estrategia, ya que, muy probablemente, habrá que cambiar el peso en la distribución de los activos.
Impacto en los productos más conservadores
Uno de los mayores riesgos que trae consigo el avance de la inflación es que desincentive todavía más la compra de renta fija y de activos conservadores, como bonos, letras del Tesoro o depósitos. En los últimos años, el contexto general de tipos de interés cercanos a cero ya afectó sobremanera a este tipo de productos.
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¿Es posible protegerse contra la inflación?
La principal consecuencia de la inflación desde el punto de vista financiero es que reduce el valor real de las inversiones y del ahorro. Esto implica que, a largo plazo, haya que apostar por estrategias que superen su crecimiento. Sin embargo, además de lo que ello implica en términos de tomar más riesgo en la gestión de los activos, es posible que signifique, también, tener que tomar decisiones que contribuyan a diversificar, aún más, la cartera.
Por ejemplo, las materias primas, como el oro, actúan como valor refugio en momentos de turbulencias en los mercados, ya que no solo suelen estar descorrelacionadas con respecto a la evolución del ciclo económico, sino que, durante muchas crisis en el pasado, ganaron valor. En cualquier caso, tienen el peligro de que no rinden ninguna clase de dividendo y que, también, tienen costes de mantenimiento para el inversor.
Otra posibilidad, no incompatible con la primera, es reservar como liquidez el capital que se desinvierta de la renta fija, a la espera de potenciales oportunidades que suelen surgir con mayor frecuencia en momentos de alta volatilidad. De nuevo, existe un hándicap y es que ese dinero que no se mueve, con el paso del tiempo pierde valor, por lo que no conviene dejarlo en estático demasiado. Por el contrario, supone un ‘colchón’ que sirve tanto como fondo de emergencia como soporte económico que aporta a la cartera una garantía de que no caerá el patrimonio por debajo de un determinado nivel, a pesar de la evolución de los mercados.
Desde el punto de vista del largo plazo, quizá la opción más interesante sea la de apostar por los fondos de inversión temáticos o de megatendencias, que invierten en empresas pertenecientes a industrias con una expectativas positivas de crecimiento para el futuro, como la sostenibilidad, el envejecimiento o la digitalización. A lo largo de los últimos meses, aun en el epicentro de la crisis financiera global, este tipo de productos ha conseguido entradas masivas de capital y de nuevos partícipes, lo que demuestra la confianza creciente que tienen entre los inversores de todo el mundo.
Finalmente, y con el paraguas de seguir manteniendo un perfil de riesgo extremadamente conservador, los ahorradores tienen, en momentos de incremento generalizado en los precios, la posibilidad de adquirir bonos ligados a la inflación. Se trata de productos emitidos sobre todo por los Gobiernos en un intento de mantener bajos los costes de los préstamos soberanos, con la particularidad de que su tipo de interés se va ajustando en función de la inflación. Es decir, si esta magnitud sube, los bonos ganan valor, pero, si cae, también lo hace su rentabilidad y su competitividad frente a otros productos de renta fija. En todo caso, si, como muchos analistas esperan, el BCE va a preponderar durante los próximos meses el crecimiento de la inflación para que se estabilice en el entorno del 2%, es muy posible que sea una buena decisión incorporar en la cartera bonos ligados a la inflación, dadas sus expectativas de incrementar su valor, al menos, a corto y medio plazo.