Invertir en algo que, de por sí, no tiene valor. Dicho así parece que los derivados no resultan muy atractivos desde el punto de vista económico, pero lo cierto es que su importancia ha ido creciendo a lo largo de las últimas décadas. En realidad, un derivado es un producto financiero cuyo valor en el mercado depende del valor, a su vez, de otro activo, algo similar a un acuerdo en el que se refleja su dependencia respecto a los bienes a los que esté vinculado. Su origen es difícil de calcular, ya que, en el fondo, siempre han estado presentes en las transacciones comerciales internacionales de un modo u otro. Sin embargo, diversos expertos señalan como una fecha clave el año 1630, momento en que el incipiente imperio holandés transformó su industria de tulipanes en un mercado estacional de algunos bulbos, lo que provocó que surgieran los primeros contratos de futuros y opciones sobre ellos con vencimientos anuales.
A través de los derivados, la persona que ‘vende’ el contrato no tiene por qué poseer físicamente el activo, sino que, o bien le da al comprador un dinero para que este lo pueda adquirir, o le puede ofrecer otro contrato diferente. Este intercambio suele dar lugar a una fluctuación elevada en los precios, ya que es bastante habitual que los inversores que operan con ellos obtengan ganancias simplemente comprando derivados a un coste menor a los del activo subyacente al que se referencian. Otro posible uso que tienen es el de servir como cobertura, minimizando los riesgos de una operación a corto plazo en el que las variaciones en el precio del activo podrían afectar de manera relevante a la rentabilidad de la operación. En cualquier caso, el mercado de derivados está dirigido a inversores profesionales o cualificados.
Aunque los derivados más conocidos son los futuros, las opciones y los swaps, existen muchos otros. Se utilizan principalmente para productos como el petróleo, el trigo, el café o el oro, pero también existen derivados para acciones, bonos o, incluso, tipos de interés. En general, permiten a los inversores ir largos y cortos sobre activos como las acciones, admitiendo especular sobre si el precio de estas subirá o bajará en el futuro. En la actualidad, es tan grande el mercado de derivados que resulta, incluso, difícil estimar su tamaño. Según Statista, podría rondar los 1.200 billones de dólares, lo que supondría alrededor de 20 veces el PIB mundial. Sin embargo, existen discrepancias entre los analistas, porque muchos de ellos consideran que no se tiene en cuenta el valor real de los activos a los que se refieren los contratos de derivados, sino su valor nominal. Si se hiciera de este modo, hoy este mercado supondría alrededor de 600 billones de dólares.
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Cómo operan
El mercado de derivados tiene dos categorías principales, según cómo operan: los derivados over-the-counter (OTC, según sus siglas, en inglés) y los Exchange Traded Derivatives (ETD) basados en el intercambio. Los derivados OTC o extrabursátiles, no cotizan en bolsa y se negocian directamente entre las partes (mediante contratos no regulados). Normalmente, se llevan a cabo entre grandes empresas y su uso principal son las operaciones de cobertura (o hedging, según su terminología financiera, en inglés).
En el caso de los derivados ETD o de intercambio, estos se realizan por medio de un mercado de valores organizado y con contratos regulados, lo que permite tener como intermediaria la Ley del Mercado de Valores, minimizando algunos riesgos con respecto a los OTC. Son extremadamente líquidos y se utilizan con carácter general con un fin especulativo. Entre los principales mercados del mundo que operan con derivados, cabe citar al Chicago Board Of Trade, el New York Futures Exchange, el London International Financial Futures Exchange, el Tokio Financial Exchange, y el mayor del mundo en número de contratos, con alrededor de 6.000 millones, según Statista, el National Stock Exchange of India.
Aunque existen muchos tipos de derivados, los más utilizados son:
- Las opciones, que dan al inversor el derecho de comprar o vender un activo durante un periodo de tiempo limitado. Si el contrato permite a una parte vender un activo, se denomina opción put. Si posibilita a una de las partes comprarlo, entonces se denomina opción call. Se suelen implementar como estrategia de cobertura ante potenciales caídas en los precios.
- Los contratos a plazos en mercados OTC, que comprador y vendedor liquidan en una fecha establecida, pagando el primero el precio del activo al segundo; el beneficio se produce según el movimiento del precio del activo subyacente entre las fechas de inicio y de vencimiento del contrato.
- Los contratos por diferencia (CFD), que son unos acuerdos entre partes para abonar la diferencia en el precio de un activo entre el tiempo en que una posición está abierta y el momento en el que se cierra.
- Los contratos futuros, que operan en Bolsa y están sujetos a procedimientos de liquidación diarios.
- Los swaps, que se suelen utilizar para cubrir riesgos relacionados con la deuda o las fluctuaciones en los precios de las materias primas. Existen diferentes clases de swaps, sobre los tipos de interés (donde una de las partes tiene un préstamo con tipos de interés variables, mientras que la otra parte tiene un préstamo con tipos de interés de carácter fijo), sobre tipos de cambio (en el que uno de los implicados paga el préstamo del otro en una divisa a cambio de hacerlo en otra divisa diferente), y sobre materias primas (en el que se acuerda la venta de un volumen concreto de la producción de una materia prima, a un precio ya acordado en un periodo predeterminado).
- El spread betting, a través del cual se puede apostar sobre el movimiento de un mercado, logrando obtener un beneficio de acuerdo a las fluctuaciones que se producen antes de cerrar la posición.
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Ventajas e inconvenientes
Los derivados pueden ser un excelente complemento a cualquier cartera de inversión, ya que es posible sacar provecho de las variaciones que presentan los precios de los activos subyacentes. Pero, operar con ellos implica asumir mucho riesgo, por lo que puede traer consigo grandes beneficios o pérdidas considerables. En este sentido, hay que tener los conocimientos financieros suficientes para entender en qué se está metiendo el inversor y, en la medida de lo posible, lo más aconsejable es recurrir al asesoramiento profesional experto para evitar llevarse sorpresas desagradables en el futuro.
Entre sus principales ventajas, cabe citar que protegen al inversor frente a las pérdidas, mientras, en paralelo, los beneficia a través de las ganancias del activo. A diferencia de la compraventa de acciones, permiten generar rentabilidad de manera mucho más rápida.
En cambio, al ser un mercado abierto, los valores fluctúan de manera constante, por lo que, en muy poco tiempo, es posible que se sufran variaciones drásticas en los precios. Todo ello obliga a ir con pies de plomo antes de tomar ninguna decisión que pueda afectar a las finanzas personales. ya que, conceptualmente, es un mercado dirigido a inversores profesionales o cualificados.