El día menos pensado cualquiera puede convertirse en millonario gracias a que le toca un premio de la lotería o a que recibe una suculenta herencia, pero no hay que engañarse: alcanzar una posición financiera tan holgada que permita vivir de las rentas sin tener siquiera que trabajar requiere mucho esfuerzo, constancia y no pocas dosis de autodisciplina en el largo plazo. Estas son algunas de las principales conclusiones del libro ‘Cambie sus hábitos, cambie su vida’ (2016), escrito por el especialista Thomas C. Corley en base a las respuestas que le dieron más de doscientos millonarios (personas con, al menos, tres millones de dólares en activos) y otros tantos no tan ricos a lo largo de distintas entrevistas individuales.
Después de muchos análisis cualitativos, de recurrir a la ayuda de otros compañeros profesionales y de revisar algunas de las principales teorías económicas sobre el comportamiento, llegó a la conclusión de que la inmensa mayoría de individuos que había logrado, con el paso del tiempo, mejorar su posición y disfrutar de una vida holgada y sin apreturas, compartía sin saberlo tres estrategias financieras: marcarse objetivos de ahorro constantes y, si es posible, a diario, aunque sean a muy pequeña escala; tener paciencia y no obsesionarse con alcanzar el éxito cuanto antes, ya que hacerlo puede llevar a la frustración y al abandono de cualquier planificación; y, el que, quizás, es más complicado, que es ahorrar periódicamente cada mes una parte de los ingresos, que ronde el 20%, de manera que pueda ponerse a trabajar en el largo plazo el interés compuesto, es decir, los intereses de los intereses.
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Optimizar el ahorro
Uno de los puntos que más sorprendió a Corley cuando estudió individualmente el caso de cada uno de los entrevistados que había logrado convertirse en millonario es que, al inicio de sus carreras profesionales, no disponían apenas de ahorros ni de patrimonio personal. O, dicho de otro modo, con el paso del tiempo no solo lograron igualar su posición financiera a la de otras personas pertenecientes a familias más acomodadas, sino que acabaron por superarles y cambiar su status económico sin tener que recurrir al ‘pelotazo’ en la Bolsa o a disfrutar de un trabajo con una remuneración excesivamente elevada. Esto fue el punto de partida que daría lugar a la estrategia más conocida desarrollada por este especialista, y que denominó Teoría de los Cubos.
Para Corley, ahorrar es algo sencillo al alcance de cualquiera, desde un niño que decide guardar en su hucha algún euro de su paga semanal hasta el ejecutivo que deposita su bono de final de año en la cuenta corriente hasta sopesar qué hacer con él. La dificultad, en su opinión, está en optimizar realmente el ahorro, llevando a cabo una planificación de las finanzas personales en base a unos objetivos vitales y económicos que se establecen pensando en el largo plazo. Aunque, según los resultados del autor, este sistema no resulta infalible (tuvo éxito en alrededor del 80% de las personas que entrevistó), sí que multiplica exponencialmente las posibilidades de éxito desde el punto de vista de la psicología, ya que, en base a su criterio, tener clara la meta hacia la que pretender llegar ayuda a los seres humanos a ordenar mejor sus prioridades y, en definitiva, a trabajar y organizarse mejor.
Otro punto crítico de la Teoría de los Cubos es que, para obtener un ahorro efectivo a lo largo del tiempo es fundamental empezar a implementar una estrategia basada en este precepto cuanto antes. De nada vale, según su opinión, esperar a la última etapa de la vida profesional para empezar, ya que, entonces, el interés compuesto no será capaz de implementar su efecto de rentabilidad en los ahorros. Por ello, Corley es un firme defensor de la implantación de la educación financiera en los distintos niveles del sistema educativo ya que, de ese modo, la gente comprenderá la importancia de planificar su futuro con vistas a garantizarse una vejez tranquila y sin agobios económicos.
Diversificar en compartimentos estanco
La teoría de Corley se basa en la diversificación como instrumento para lograr alcanzar los objetivos marcados. Por ello, apuesta por crear cuatro recipientes o cubos para el ahorro, teniendo uno primero focalizado en exclusiva en los gastos fijos que se repiten periódicamente y que, pase lo que pase, va a tener cualquier persona a lo largo del año. Por ejemplo, en relación al coche, hay que proyectar un dinero cada ejercicio para reparaciones o revisiones, junto a otro más elevado pero, también, más espaciado en el tiempo, que sirva para cambiarlo y adquirir uno nuevo. Los regalos de cumpleaños de amigos y familiares, las vacaciones de verano o lo que se consume habitualmente en una vivienda en alimentación y ropa son otros gastos que se deben incluir en este apartado, por supuesto, siendo lo más realistas y objetivos posible.
El segundo cubo, como complemento del anterior, está destinado a gastos específicos, que, aunque no se repitan de manera periódica, sí que serán inevitables de afrontar en algún momento del futuro. Si se tiene previsto cambiar de vivienda para comprar una mayor cuando la familia crezca, pagar la matrícula de la universidad de los hijos (aunque todavía sean pequeños) o regalar al cónyuge un viaje premium para celebrar las bodas de plata son algunos ejemplos que irán en este compartimento, teniendo en cuenta que, en el fondo, se trata de gastos previsibles, con los que es posible contar y anticipar, de manera que ahorrar durante bastante tiempo para sufragarlos no resulte tan lesivo para la situación financiera de cualquier persona.
El tercer cubo, quizá el menos controlable de todos pero que servirá de colchón amortiguador ante cualquier incidencia imprevista que se sufra a lo largo del tiempo está destinado a las emergencias. Aunque resulta difícil cuantificar su tamaño, Corley establece que destinar un 10% de todo lo que se vaya ahorrando a él debería ser más que suficiente en el largo plazo. En esta categoría se puede incluir desde el coste del tratamiento para una enfermedad crónica, a la sustracción o el deterioro de un bien de gran valor sobre el que no se disponga de seguro (por ejemplo, en España no resulta obligatorio tener contratado un seguro de hogar), o, incluso, la pérdida del empleo con la consiguiente merma de ingresos económicos.
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El último cubo es el que está centrado realmente en la generación de rentabilidad, ya que en él están incluidos tanto los planes de pensiones como los fondos de inversión de los que dispone el ahorrador. Para Corley, cualquier planificación de éxito debe basarse en no desinvertir posiciones a lo largo del tiempo, lo que quiere decir que, si bien se puede mover el dinero de un producto a otro buscando maximizar el beneficio, lo que nunca se debe hacer es descapitalizar este compartimento para destinarlo a cubrir otros cubos o, simplemente, porque se prefiere gastarlo.