¿Camina el planeta hacia una sociedad cada vez más desigual desde el punto de vista económico? Si se analiza lo ocurrido en 2020, la respuesta parece clara. Mientras el producto interior bruto (PIB) global sufrió ese año su mayor desplome desde la Segunda Guerra Mundial, con caídas tan importantes en economías del denominado Primer Mundo, como España (-11%), Francia (-8,3%) o Estados Unidos (-3,5%, su mayor descenso desde 1946), la pandemia supuso una oportunidad para aumentar las fortunas de muchos millonarios.
Así lo afirma, al menos, el informe ‘Global Wealth Report 2021’, elaborado por Credit Suisse, que recoge que ya hay más de 56 millones de millonarios (personas que poseen más de un millón de dólares) en el mundo. Durante 2020, este número creció en 5,2 millones con respecto al año anterior, reflejando que, por primera vez en la historia, más del 1% de todos los adultos del planeta es millonario. En el caso de España, las personas que forman parte de este selecto club son ya 1.147.000, lo que supone alrededor de un 2% del total de millonarios. En apenas un lustro, se espera que esta cifra ronde los dos millones.
En términos generales, la riqueza acumulada se multiplicó por cuatro en 2020, hasta los 191,6 billones de dólares, de acuerdo al citado estudio. Sin embargo, mientras en Europa y en América del Norte creció más que en otros ejercicios previos el número de millonarios, en la mayoría de los países de Asia, con China a la cabeza, el segmento de población que más incrementó su peso fue el de las personas que acumulan un patrimonio de entre 10.000 y 100.000 dólares.
Esto revela, según el informe, la prosperidad de las economías emergentes a lo largo de los últimos meses, que ha servido para impulsar la robustez de su clase media. Aun así, tomando como referencia la pirámide demográfica mundial, las desigualdades son muy apreciables: mientras un 1,1% posee algo menos de la mitad de la riqueza total (el 45,8%), el grueso de los habitantes (el 55%) apenas aglutina el 1,3% del total de dinero en circulación.
El influjo de las políticas acomodaticias
En un contexto de tipos de interés cercanos a cero y con una contracción generalizada de la actividad como consecuencia de la crisis derivada de la COVID-19, los principales bancos centrales, con la Reserva Federal de Estados Unidos y el Banco Central Europeo (BCE) a la cabeza, y muchos gobiernos se lanzaron en 2020 a una serie de iniciativas de estímulo fiscal y monetario. La liquidez se incrementó y, con ello, la facilidad en el acceso a la financiación (algo clave para que muchas empresas pudieran sortear con éxito el estrangulamiento en su tesorería por culpa de la caída de la facturación).
Esta radiografía, acompañada de una inflación muy baja, no sirvió, según el informe, para que el dinero fluyera a todas las capas sociales, sino que se utilizó para retroalimentar a muchas empresas necesitadas de liquidez y para apaciguar las turbulencias de los mercados. Con la paulatina recuperación de las bolsas a partir del segundo semestre del pasado año, una amplia mayoría de inversores decidió apostar con mayor fuerza por la renta variable, por lo que gran parte del capital en circulación no llegó a filtrarse entre las capas menos favorecidas desde el punto de vista económico.
La conclusión es que la riqueza mundial recuperó en poco tiempo sus niveles previos a la crisis (durante el tercer trimestre de 2020), creciendo a partir de entonces y desvinculándose casi por completo de los problemas económicos derivados de la COVID-19. En el extremo opuesto, los colectivos que más sufrieron los rigores de la recesión fueron los tradicionalmente más vulnerables ante cualquier shock de la economía, es decir, las mujeres trabajadoras y las personas con una menor formación.
De cara a los próximos años, los autores de este informe tampoco parecen especialmente optimistas. Es más, apuestan por un incremento global de la riqueza mundial hasta 2025, llegando a alcanzar los 583 billones de dólares al final de ese año. De hecho, para los próximos meses no tienen puestas demasiadas esperanzas en relación a que la recuperación económica global pueda ayudar a reducir la desigualdad, ya que estiman que una vez desparezcan las políticas de estímulo para ayudar a las empresas y a las personas más perjudicadas por la crisis, todavía aumentará más la diferencia en la distribución de la riqueza entre los distintos grupos sociales.
¿Es posible reducir la desigualdad y estimular el crecimiento?
La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) no solo cree que es necesario sino que, también, es posible reducir la desigualdad económica en el mundo mientras se estimula el crecimiento. Así lo afirma en el informe ‘Less income inequality and more growth - Are they compatible?’, en el que subraya que fomentar un acuerdo internacional de reforma del mercado laboral, del sistema impositivo, de la educación de alta calidad y de los sistemas de transferencias posibilitaría casi de manera inmediata un doble beneficio a nivel global: aumentar el PIB y reducir las diferencias de ingresos entre clases sociales.
Para este organismo, la lucha mundial contra la desigualdad no es simplemente una cuestión de ética o de humanidad, sino que también implica importantes ventajas económicas, incluso para los países más prósperos, ya que incrementaría la seguridad en las transacciones comerciales, reduciría los conflictos diplomáticos, acabaría con las tasas crecientes de trabajadores temporales y fomentaría un aumento exponencial de la innovación. La OCDE apuesta por un gran acuerdo marco global, similar a los que se han logrado en los últimos años en relación al cambio climático y a la reducción progresiva de los niveles de carbonización en las actividades económicas.