Abandonar la vivienda habitual para instalarse en esa otra casa antes relegada a las vacaciones o estancias de fin de semana es la decisión que algunos jubilados toman con la llegada del fin de su etapa laboral. Un cambio residencial que, si no es obligado, conlleva un buen puñado de ventajas. Qué hacer con la primera vivienda (vender o alquilar) dependerá siempre de una serie de factores personales e inmobiliarios.
La reforma de las pensiones aprobada en 2011, que entró en vigor el 1 de enero de 2013 y que se aplicará de forma gradual hasta 2027, retrasó la edad de jubilación hasta los 67 años. Antes o después, el deseado (y también temido) momento de la edad dorada llegará a nuestras vidas. Deseado, porque la jubilación significa un merecido descanso. Temido, porque nuestro capital económico y social se verá reducido, y no siempre sabremos en qué invertir tanto tiempo libre. Son muchos los que planean este retiro con antelación, imaginando viajes, tiempo de ocio y momentos indefinidos de relax. Están también los que no planifican y deciden improvisar a las puertas. El impacto de la jubilación no siempre es el mismo para todos.
“Para muchos, el final de la vida laboral supone el final de buena parte de su vida social, de relaciones, de estar ‘conectado’ con el mundo. Puede vivirse como una ‘muerte social’. Se pierde visibilidad, importancia, presencia. Se puede descomponer buena parte del capital social que se ha acumulado a lo largo de la vida. Para otros muchos, significa una liberación del mundo del trabajo, un expandirse la vida en el ámbito personal y privado, un ganar muchas horas del día para dedicarlas a lo que uno quiera (si es que sabe y quiere dedicarlas a algo)”, explica Francesc Núñez, sociólogo y director del máster en Humanidades de la Universidad Abierta de Cataluña (UOC).
“Jubilación puede significar también abrir las puertas al tiempo libre y a ocupar la vida en las actividades que antes se programaban en este tiempo de no-trabajo. También puede significar tiempo para los demás, para dedicarlo a los que te rodean o al ‘cultivo del espíritu’ –que es lo que ocio quiere decir en griego–. Socialmente, prima este descenso o desaparición de la vida social (del mundo laboral) y, claro está, también productiva (en términos económicos). Disminuye, como he dicho, el capital social”, añade el experto.
Con la llegada de la jubilación se termina una etapa vital que deja paso a otra nueva y distinta. Y cada vez son más quienes encuentran en este momento la excusa perfecta para abandonar la ciudad en la que siempre han vivido y trabajado para instalarse en su segunda residencia, ubicada en la sierra o en la costa, y antes utilizada exclusivamente en periodos vacacionales o para escapadas de fin de semana.
Según datos del INE de 2017, el 22,42% de los jubilados tiene una segunda vivienda en propiedad. “Suele ser una vivienda que ya está pagada y con un mantenimiento más reducido que la vivienda habitual. Por lo tanto, los gastos asociados a la vivienda se reducen, del mismo modo que se reducen los ingresos al empezar a cobrar la jubilación. En otros casos, simplemente se trata de una vivienda adquirida tras vender la vivienda principal, que se nos quedó ‘grande’ por la marcha de los hijos. El dinero obtenido permitirá comprar, terminar de pagar o reformar nuestra ‘segunda’ vivienda y tener además unos ahorros para vivir con tranquilidad”, apunta Esteban Caso, director de Calidad de Gilmar Consulting Inmobiliario.
¡Adiós estrés!
Después de años de duro trabajo, la llegada de la jubilación nos permite tener tiempo libre y menos obligaciones. Siempre asociamos la idea de la segunda residencia con descanso y relax, con momentos agradables y buenas sensaciones. Los que, decididamente, optan por instalarse en ella encuentran en esta decisión una especie de opción natural.
“El retiro a la segunda residencia, que se supone que era un lugar para estar ‘mejor’ que en la ciudad o que en el lugar habitual, es una opción natural y normal cuando la situación personal lo permite. Seguramente, esto tiene que ver con valorar la jubilación como unas ‘vacaciones a perpetuidad’, que responden más a un deseo y una falsa percepción que a una realidad de la vida cotidiana de la mayoría de las personas que se jubilan. Jubilarse no siempre implica desvincularse de todo lo que te ‘sujeta’ y configura tu día a día (la red de relaciones en la que estamos inmersos). Y tampoco se puede estar de vacaciones continuamente cuando uno se jubila”, sostiene Francesc Núñez.
El sociólogo concreta que el retiro a la segunda vivienda responde, sobre todo, a un agotamiento de la vida en la ciudad, cada vez menos satisfactoria y sometida a todas las presiones de la capitalización. “La ciudad, en buena medida, se ha convertido en un mercado, especulativo, donde lo único que hay son opciones de consumo (de diversiones/ entretenimiento, de objetos, de personas, etc.). Salir de la ciudad es, de alguna manera, recuperar un estilo de vida más ‘auténtico’, más personal, más expresivo. Lejos de recuperar el ocio en el sentido griego (el cultivo del alma), nos deshacemos un poco del estrés consumista de la ciudad”, asegura.
Ahora bien, ¿es el cambio a la segunda residencia, cuando llega la jubilación, una buena decisión? Si actuamos por gusto y deseo personal, y no por necesidad, sí lo es. “La calidad de vida que ofrecen los escenarios donde poder retirarse a vivir la edad dorada no tiene comparación con la que ofrecen las grandes ciudades.
“En términos inmobiliarios, ahora es buen momento para vender o para alquilar, pero el sector inmobiliario –como otros– atraviesa ciclos alcistas y bajistas. Esta tendencia actual puede cambiar en cualquier momento. Si la decisión de cambiar se toma libremente y por placer, todo son ventajas. La tecnología existente en la actualidad nos permite estar ‘conectados’ con el mundo. Tal vez, cuando la brecha digital entre grandes ciudades y pequeñas localidades desaparezca, más gente joven o familias que decidirán cambiar de entorno”, asegura el director de Calidad de Gilmar Consulting Inmobiliario.
¿Vender o alquilar?
Una vez que nos hemos mudado a nuestra segunda residencia, que ahora será la habitual, surge la pregunta de qué hacer con la primera. ¿Vender o alquilar? La operación que escojamos tendrá que ver con muchos factores, el primero de ellos la situación económica o los intereses del propietario. “Como es lógico, también es decisiva la demanda que haya sobre la zona en la que se encuentra la vivienda, que es la que marca los precios, tanto de venta como de alquiler”, apunta Esteban Caso.
“Si la vivienda a la que llegamos ya no tiene ninguna carga hipotecaria y podemos permitirnos mantener la propiedad de ambas, parece lógico alquilar, obteniendo así una rentabilidad por el inmueble. Pero esa rentabilidad está condicionada por la ubicación de la vivienda y los precios que va marcando el mercado”, añade.
La distancia entre nuestra residencia actual y la segunda vivienda puede ser también decisiva. “Si el propietario se encarga personalmente de gestionar el alquiler, es preferible que no viva muy lejos de la vivienda alquilada. Si la distancia es larga, tal vez sea recomendable vender y quitarnos obligaciones y posibles problemas”, concluye el director de Calidad de Gilmar Consulting Inmobiliario.