Invertir no es una ciencia exacta. Sin embargo, tradicionalmente se ha considerado que cuando se realiza una inversión o se modifica, el inversor lo hace con pleno conocimiento de las alternativas que existen, que analiza la relación entre la rentabilidad y el riesgo que puede tener esa decisión y que trata de maximizar la primera para un nivel de riesgo que está dispuesto a asumir. Todas estas son características que se atribuyen a un inversor racional.
Ahora bien, como muestra el informe 'El efecto de las emociones en nuestras inversiones personales', elaborado por Banco Sabadell junto a Novaster y ESADE, desde hace ya tres décadas aproximadamente, hay un grupo cada vez mayor de economistas y de financieros que empieza a dudar y a rebatir estos principios de las llamadas finanzas clásicas. En su lugar, este grupo de expertos demuestra que la cognición y las emociones pesan mucho en las decisiones de inversión (es decir, no somos seres racionales); que los mercados financieros distan de ser eficientes, pues no todos tienen la misma información; que existen oportunidades de lograr resultados positivos que no son para todos; y que los precios no se forman solo teniendo en cuenta el riesgo del activo, sino que influyen las percepciones y las emociones.
Uno de los sentimientos con más impacto en este tipo de decisiones es el miedo, ya que tiene un efecto directo sobre la estabilidad de los mercados financieros al comportar incertidumbre ante el riesgo y el temor a perder las ganancias adquiridas. Los expertos han detectado que esta emoción ha gobernado muchas decisiones en tiempos de la COVID-19. Como destaca Diego Valero, presidente de Novaster, "el temor a perder nos hace sobrerreaccionar de una forma negativa que se aleja de la racionalidad".
De hecho, el cerebro percibe las pérdidas con una intensidad 2,5 veces mayor que las recompensas. Por tanto, el placer de ganar 100 euros es menor que el dolor que se siente al perderlos, porque el cerebro humano tiende siempre a sobredimensionar lo negativo. Una muestra de cómo ese miedo afecta a la hora de decidir financieramente en épocas convulsas son los niveles de ahorro que han acumulado los españoles durante la pandemia. En el segundo trimestre de 2020 la tasa de ahorro de los hogares se disparó hasta el 31,1% de la renta disponible, casi 60.300 millones de euros, una cifra histórica, según el Instituto Nacional de Estadística (INE). Antes de la actual crisis, el máximo se había situado en el 20,1% en el segundo trimestre de 2009.
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El comportamiento de las personas no es necesariamente un comportamiento racional. Tampoco irracional, es, sencillamente, humano. Daniel Kahneman, psicólogo y Premio Nobel, defendía que el cerebro trabaja en dos niveles de pensamiento, el automático (sistema 1) y el reflexivo (sistema 2). El primero es el responsable de la gran mayoría de las decisiones, porque es fácil, rápido, inconsciente; el segundo solo actúa en procesos deductivos, es más lento y laborioso, controlado, autoconsciente. Se usa mucho más el primero porque, aun cometiendo errores, es útil. Dado que el cerebro consume un cuarto de la energía diaria, se 'autoprotege' entrando a trabajar solo en determinadas decisiones, el resto lo fía al proceso automático. Y este proceso comete errores, pero que son sistemáticos y predecibles, porque actúan siempre de una misma forma. A estos errores se les llama en psicología sesgos, y esos sesgos se aplican al proceso de toma de decisiones económicas y financieras.
Por tanto, conocer cómo influyen estos sesgos en la toma de decisiones es esencial para no sucumbir a ellos. "Los sesgos pueden ser cognitivos (errores de percepción) o emocionales (influencia de nuestro estado de ánimo). Los sesgos cognitivos, a su vez, pueden ser de perseverancia de creencias, que tienen que ver con la tendencia a mantener nuestros dogmas, por muy irracionales que sean, o de errores de procesamiento, que describen como la información que recibimos se interpreta incorrectamente o se usa de una manera ilógica", señala Federico Servetto, director de Estrategia de Clientes de Banco Sabadell.
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Servetto, protagonista del último episodio del Podcast de Banco Sabadell, explica que "en general tomamos decisiones poco meditadas o de forma prácticamente automática, lo importante es ser conscientes de que actuamos de esta manera y conocer las herramientas que tenemos a nuestra disposición para evitar o minimizar la incidencia y los efectos de estas decisiones poco racionales".
Cómo mitigar los sesgos
En España, según un estudio realizado por Schroders, los principales sesgos que afectan al inversor son los de exceso de confianza y los de aversión al riesgo (miedo a perder). En el caso de este último, Servetto indica que "tenemos dos herramientas para enfrentarlo: la calma y la paciencia. Calma para no precipitarse en la toma de decisiones. Justamente en los momentos de elevada incertidumbre es cuando el instinto de la huida, que podemos relacionar con el sesgo emocional de aversión a la pérdida, se pone en marcha, y generalmente nos lleva a vender precipitadamente en vez de mantener la posición o incluso aprovechar para incrementarla. Esta calma debe acompañarse de paciencia para esperar que el mercado se estabilice y la incertidumbre dé paso a las oportunidades".
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En este camino, contar con especialistas en el campo de las finanzas personales es otra de las vías para reducir esa exposición a las emociones. Para ello, existen asesores financieros que pueden guiar en la toma de decisiones. El asesor analiza las cosas con cierta distancia, lo que le aporta perspectiva, y le ayuda a dar un planteamiento racional a las decisiones financieras. Además, cuenta con la formación y la experiencia específica para esta tarea.
Otro aspecto relevante es la diversificación, es decir, 'no poner todos los huevos en la misma cesta'. Para hacerlo correctamente hay que tener en cuenta diferentes variables como la categoría del activo: la bolsa, la deuda, las materias primas, las divisas... Asimismo, evaluar diferentes sectores y distintas geografías. También es importante el plazo, ya que hay inversiones con plazos definidos y otras que no.
"La recomendación clave es tener el dinero invertido correctamente diversifi¬cado y con un nivel de riesgo que debe estar basado en nuestro perfil como inversor de forma orientativa, pero siempre teniendo en cuenta cómo nos afectan nuestros sesgos personales", sostiene el director de Estrategia de Clientes de Banco Sabadell.
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En este sentido, el perfil del inversor vendrá marcado por su aversión al riesgo, es decir, cuánto está dispuesto a perder. La clasificación estándar contempla tres tipos de inversor: el conservador, que trata de preservar el capital y busca superar la inflación, por lo que admite baja exposición al riesgo; el moderado, que busca el equilibrio entre estabilidad y crecimiento patrimonial, por lo que la exposición al riesgo tolerada es intermedia; y el agresivo, que quiere maximizar la rentabilidad, por lo que su exposición al riesgo es elevada.
Y es que las finanzas se rigen por el principio del binomio de rentabilidad- riesgo, "esto se traduce en que para poder optar a mayores retornos hay que estar dispuesto a asumir un mayor grado de probabilidad de pérdidas en la inversión. Esta relación es directa, lo que implica que cuanto mayor sea el riesgo que se puede asumir, según el perfil, mayor será el retorno al que se podrá optar", recuerda Servetto.
La importancia de la educación financiera
Según la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV), es probable que las personas con extensos conocimientos en economía los apliquen a la hora de tomar una decisión financiera y mitiguen los sesgos. A este respecto, en España la ciudadanía es más conocedora de los productos de endeudamiento que de los de ahorro. Así, mientras que países como Bélgica, Alemania o Países Bajos presentan tasas de ahorro de alrededor del 15% o superiores, España, Grecia o Portugal suelen mostrar tasas del 5% o el 7%, según los datos de la Oficina Europea de Estadística (Eurostat).
En esta línea, los países con mejor cultura financiera son aquellos que salen antes de las crisis económicas. Así lo pone de manifiesto el informe '¿Por qué educar en economía familiar y empresarial?', de PwC y la Fundación Contea, en el que se recoge que aquellos países con más del 60% de su población formada financieramente, como el Reino Unido, Países Bajos o Suecia, tuvieron caídas acumuladas del producto interior bruto (PIB) inferiores al 4% en la crisis de 2008. Por el contrario, países como España o Italia, con puntuaciones de conocimiento financiero por debajo del 50%, sufrieron importantes desaceleraciones de la economía del entorno del 10%.
Para Tomás Alfaro Drake, profesor de Finanzas en la Universidad Francisco de Vitoria (UFV), "efectivamente se afronta peor [una crisis financiera cuando hay baja educación financiera]. Pero diría más aún, las generaciones de esas crisis provienen de decisiones financieras incorrectas como son el endeudamiento excesivo, la aceptación acrítica de riesgos en la inversión de los ahorros cegados por la rentabilidad, etcétera".
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Los expertos coinciden en que es necesario que se comience con este tipo de formación lo antes posible. Como ponen de manifiesto los datos, uno de cada cuatro adolescentes no sabe nada de finanzas, según el último informe del Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos (PISA, por sus siglas en inglés) de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), y más de la mitad de los ciudadanos reconoce no tener conocimientos básicos, ni saber distinguir entre el índice de precios al consumidor (IPC) o el PIB. "La adquisición de toda la información relevante para la toma de una decisión y el contraste de esa información con otros, también puede llevar a disminuir los errores", concluye Servetto.
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