El 19 de febrero, el IBEX 35 cerraba la sesión en 9.940 puntos, cerca de la frontera psicológica de los 10.000 puntos con la que llevaba coqueteando desde hacía alrededor de dos semanas. Sin embargo, un mes después, el 18 de marzo, había cedido más de 3.000 puntos, hasta los 6.274,8. Apenas unos días antes, el domingo 15 de marzo, se había decretado en España el estado de alarma, lo que supuso, en la práctica, un confinamiento nacional destinado a reducir la expansión de la COVID-19. En mayor o menor medida, en algunas ocasiones con unos pocos días de diferencia, esta situación se replicó en la práctica totalidad de los mercados bursátiles del planeta, subrayando el impacto económico global de la pandemia y las dudas e incertidumbre que se levantaron entre los inversores ante un evento inesperado (‘Cisne Negro’, en el argot financiero) que sacudió por completo las estimaciones de los analistas y los gestores.
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Con el paso de las semanas, y una vez que el número de contagios comenzó a controlarse, muchas plazas comenzaron a recuperar parte del camino perdido, pero la presentación de resultados de las compañías correspondientes al primer semestre (lógicamente, la mayoría de ellos muy condicionados por las medidas de confinamiento y el parón generalizado en una parte significativa de las industrias) contribuyeron a que volvieran los números rojos a las Bolsas. En paralelo, los datos sobre empleo, la evolución en el producto interior bruto (PIB) o la producción industrial hechos públicos por los diferentes Gobiernos fueron bastante negativos, y, aunque tradicionalmente, los parqués bursátiles suelen descontar con antelación este tipo de malas noticias, la relevancia en alguna de estas cifras fue tal que tuvieron su traslación en la cotización de los índices (en España, por ejemplo, la caída del PIB en el segundo trimestre fue del 18,5% intertrimestral, mientras que la cifra de parados a cierre de junio se situó en 3.862.000 personas, techo que no se alcanzaba desde mayo de 2016).
En el extremo opuesto, entre los grandes ganadores de la crisis parecen haberse instalado las grandes empresas tecnológicas globales. Las cuatro mayores (Google, Amazon, Facebook y Apple) cosecharon unos ingresos hasta junio de cerca de 200.000 millones de dólares, con Facebook, por ejemplo, duplicando ganancias respecto al mismo periodo de 2019. El valor conjunto de este cuarteto ya supera los 5 billones de dólares (en torno a tres veces el PIB español), y, desde enero, su capitalización ha crecido un 34%. De hecho, el día 31 de julio, aunque apenas durante unos minutos, Apple se convirtió en la empresa más valiosa del mundo, superando a la petrolera estatal de Arabia Saudí, Saudi Aramco.
Un movimiento en dos fases
El 31 de diciembre de 2008, las empresas del IBEX despidieron el año con el peor semestre de la historia, tras perder un 23,66% debido a las consecuencias derivadas del colapso de Lehman Brothers y de la crisis mundial por las hipotecas subprime. Doce años después, el principal índice bursátil español cerró el primer semestre de 2020 con sensaciones agridulces, tras cosechar un avance del 6,76% durante el segundo trimestre del año, pero que no impidió concluir la primera mitad del año con un descenso acumulado del 24,27%. Con todo, las noticias positivas para la economía española llegaban desde la prima de riesgo, que se mantenía en nivel pre-COVID-19 en 93 puntos y una cierta estabilización del bono español a diez años, también en unos baremos muy similares a cómo había empezado el año.
En el resto de Bolsas, el desempeño fue muy similar, con un contundente desplome en marzo, seguido por una fase de recuperación posterior, que, mientras en el caso del IBEX fue positiva pero que se quedó lejos de compensar la caída inicial, en otros, como Wall Street, tuvo un comportamiento mejor (a pesar de que en EE.UU. el PIB del segundo trimestre perdió un 9,5%, y el desempleo se fue hasta el 11%, su peor dato desde 2009), incluso con el tecnológico NASDAQ sumando un 16,5%. En conjunto, el índice MSCI World, que mide el desempeño de las Bolsas mundiales, certificó que durante el primer semestre se había experimentado un retroceso global del 6,6%, y eso a pesar de que de abril a junio la remontada había sido cercana al 20%.
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En las Bolsas europeas, a mediados de julio el DAX alemán lograba cerrar en los niveles de febrero, previos al estallido de la crisis sanitaria, mientras que el EURO STOXX 50, índice de referencia en la Eurozona que incluye a las 50 compañías más importantes por capitalización bursátil, replicaba de nuevo los cierres marcados desde finales de junio, en torno a los 3.400 puntos, recuperando prácticamente todo lo perdido entre marzo y mayo, algo nada fácil si se tiene en cuenta que durante el primer trimestre el retroceso fue del 24%, el peor en la historia conjunta de las Bolsas del Viejo Continente.
Perspectivas para los próximos meses
Un informe de Market Watch, titulado ‘Stock Market Overview’, revela que es muy poco probable que el escenario de incertidumbre que rodea la economía mundial desaparezca en el corto plazo. Sin embargo, los niveles de recuperación de algunas regiones y de determinados sectores han superado incluso las previsiones más optimistas que se tenían, lo que podría llevar a que muchos analistas y gestores revisen al alza sus estimaciones sobre determinados valores. En este contexto, frente al riesgo de rebrotes de coronavirus en otoño (que, probablemente, derivaría en una caída generalizada en las Bolsas) se encuentran las expectativas levantadas en torno a los distintos proyectos de investigación para cubrir con éxito las distintas fases de desarrollo de la vacuna contra la COVID-19 que, sin lugar a dudas, de llevarse a cabo en los próximos meses, supondrían un estímulo muy positivo para los inversores de todo el mundo. De hecho, el anuncio a finales de agosto por parte de la Administración de Alimentos y Medicamentos de EE.UU. (FDA), sobre la aprobación en el uso de plasma con anticuerpos extraídos de pacientes con coronavirus para tratar a otros pacientes con casos graves, impulsó con fuerza a las principales Bolsas del planeta.
Junto a estas dos alternativas, a nivel geopolítico también existen diversas ecuaciones por resolver y que tendrán un impacto relevante en los parqués financieros. En Europa, aunque finalmente se ha logrado un consenso para las ayudas económicas a los países más afectados por la pandemia (principalmente, a través del Fondo Europeo para la Reconstrucción) queda por concretar su materialización efectiva a lo largo de los próximos meses, ya que cada Estado debe presentar un informe sobre el destino de los fondos que percibirá, y en donde la sostenibilidad, la descarbonización y las políticas de innovación jugarán un papel clave. Por si fuera poco, el próximo 31 de diciembre se materializará la salida completa de Reino Unido de la Unión Europea, y todavía parece lejano el acuerdo definitivo que siente las bases, principalmente comerciales, de cómo será la relación entre ambos a partir de 2021. De no concretarse (No Deal), serán las leyes de la Organización Mundial de Comercio (OMC) las que se aplicarán, lo que supondrá mayores trabas en forma de controles y aranceles.
Y todo ello por no hablar de EE.UU., país que, por un lado, debe resolver la tensión con China en la denominada Guerra Comercial, que se inició en 2018 cuando el presidente del país, Donald Trump, decidió imponer aranceles a productos de la nación asiática al pensar que la balanza de intercambios entre ambos estaba desequilibrada. En marzo de este año, se firmó una primera fase de acuerdo para solucionar el conflicto, pero la pandemia ha enfriado las líneas de comunicación entre Pekín y Washington. Por otro lado, y por si fuera poco, el próximo 3 de noviembre se celebrarán elecciones presidenciales en el país americano, donde probablemente, aunque todavía no es oficial, concurrirán Trump, por parte del Partido Republicano, y Joe Biden, por el Partido Demócrata.