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Cómo afecta una crisis de deuda soberana a las empresas

Fri Jun 05 08:49:27 CEST 2020

Los elevados niveles de endeudamiento públicos pueden condicionar el acceso a la financiación por parte de las empresas, que deben asegurar no solo su flujo de liquidez sino, también, su solvencia.

Aseguran diversos especialistas, como Francisco Comín, Carmen Reinhart o Kenneth Rogoff, que España no solo es el país que sufrió la primera crisis de deuda soberana de la historia -en el siglo XVI bajo el reinado de los Austrias-, sino que tiene también el dudoso honor de ser el que mayor número ha padecido desde entonces. 

Ahora, sin embargo, las consecuencias derivadas de la crisis sanitaria han puesto en riesgo no solo la deuda de nuestro país, sino de muchos otros, debido a que está en niveles tan elevados que impide a cualquier nación, de acuerdo a un informe publicado en mayo de este año por las Naciones Unidas, poder acometer de un modo ágil las inversiones necesarias para dinamizar la economía, algo especialmente relevante en época de recuperación.

De hecho, otro documento de esta organización, titulado ‘Debt and COVID-19: A Global Response in Solidarity’ y centrado en las particularidades de los mercados emergentes, acota, sin embargo, una advertencia para todos los países con un alto endeudamiento público: en esta coyuntura “sus consecuencias pueden ser devastadoras para los Balances nacionales, ya que los Estados afrontan necesidades de gastos adicionales para dar respuestas inmediatas en temas como la salud, la pobreza o para llevar a cabo inversiones que dinamicen los procesos de reactivación económica”.

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Según datos del Monitor Fiscal del Fondo Monetario Internacional (FMI), la deuda pública mundial crecerá solo durante este año en más de 13 puntos, del 83% al 96%, (entidades como el Instituto de Finanzas Internacionales señalan que, con la pandemia, el endeudamiento global alcanzará el 342% del PBI mundial), y esto puede provocar el colapso de dos sectores: el comercio (rotura de algunas cadenas de suministro, aumento de los aranceles, escasez en la exportación de productos básicos y otras materias primas, etc.) y el turismo (restricciones a los viajes y cierre de algunas fronteras, miedo a un rebrote, necesidad de mayor infraestructura sanitaria para los turistas, etc.).

Además, como subrayan distintos estudios, como, por ejemplo, el ‘Informe para la Financiación del Desarrollo Sostenible 2020’, también de Naciones Unidas, uno de los principales hándicaps para muchos países en esta crisis, y que no tenían en la recesión de hace alrededor de una década, es que los bajos tipos de interés mundiales de los últimos años y el más fácil acceso a la financiación han contribuido a que se disparen los volúmenes de deuda soberana, lo que deja un margen mucho menor de maniobra a los Gobiernos para conseguir liquidez en el exterior suficiente con la que aliviar las Cuentas Públicas y poder acometer inversiones necesarias.

La situación en España

Aunque aún hay mucha incertidumbre sobre el impacto de la COVID-19 en España, lo que sí sabemos ya es que la crisis saldrá cara para las Cuentas Públicas. La deuda se disparará en los próximos años por la caída del PIB y el aumento del déficit como consecuencia de la puesta en marcha de medidas para frenar la pandemia. 

La Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (AIReF) es uno de los organismos que se ha mostrado más pesimista en este sentido al asegurar que será necesario un fuerte ajuste fiscal, similar al de la anterior crisis, y dos décadas de equilibrio presupuestario para recuperar el nivel de deuda previo a la COVID-19. Solo se podrá evitar esta situación con un importante salto de la productividad o del nivel de precios que acabe generando fuerte crecimientos nominales del PIB que rebajen por sí mismos el stock de deuda. 

En concreto, la deuda pública superará ya el 115% del PIB este año, pero podría llegar al 120% del PIB si se produce un escenario más adverso de la pandemia. Esto nos da una muestra de la magnitud del impacto de la crisis de la COVID-19 en las cuentas públicas. La vuelta al punto de partida será larga y requerirá muchos esfuerzos a los futuros Gobiernos.

Efectos en el tejido productivo

¿Y cómo afecta todo esto a las empresas? Empecemos por las malas noticias: el informe antes citado del Instituto de Finanzas Internacionales afirma que el impacto de la crisis de la COVID-19 será mayor en aquellos países con deudas corporativas más elevadas en relación a las reservas de la economía, y destaca en concreto el caso específico de cinco de ellos: Argentina (que es la que tiene con mucha diferencia la deuda corporativa más alta), India, Tailandia, Turquía y España, de la que se dice que tiene en torno a un 40% de las empresas con deudas superiores al valor de sus activos.

?Con esta coyuntura, el reto está en saber, tal y como asegura Moody’s Analytics en su estudio ‘The coronavirus pandemic: Assessing the impact on corporate credit risk’, de qué modo podrán gestionar los gobiernos y las economías nacionales semejantes niveles de endeudamiento tanto corporativo como estatal, sin que eso quiebre la confianza de los inversores para, precisamente, brindarles crédito a largo plazo, aunque advierte, eso sí, que una amenaza potencial es que se extienda su pago “durante varias generaciones”. Para garantizar ese acceso favorable permanente a las fuentes de financiación estables, que son necesarias para dinamizar las economías y facilitar el acceso a la financiación para las empresas, es clave el trabajo de Gobierno y Bancos Centrales para conceder estímulos fiscales y fomentar los flujos de dinero.

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Sin embargo, en estos momentos, la falta de caja en las distintas Administraciones dificulta la puesta en marcha de las necesarias medidas de estímulo al comercio y a la inversión. Más allá de esta situación, tal y como afirma EY en su informe ‘Managing liquidity risk in a volatile market’, la realidad es que un amplio abanico de Bancos Centrales (la Fed, el BCE, el Banco de Inglaterra o el Banco de Japón) son los que están liderando la implementación de grandes paquetes de ayuda fiscal para poner aún mayor cantidad de dinero en circulación. De hecho, este mismo estudio asegura que, con los tipos tan cercanos a cero, las compras de activos a gran escala y las facilidades de financiación son las principales herramientas actuales de los bancos centrales.

Dando por hecho que la principal consecuencia de la paralización de la actividad económica para contener al coronavirus es la reducción de ingresos por parte de las empresas, su efecto inmediatamente posterior es la reducción de la liquidez, pero, tal y como se indica en el informe ‘Solvency and Financial Condition Report’, elaborado por Hamilton Group, el riesgo mayor es el que su solvencia también pueda verse afectada.

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Ante esta tesitura, las compañías pueden optar por dos estrategias: buscar financiación externa directa en un contexto de endurecimiento generalizado de las condiciones, o bien, abastecerse de liquidez en los mercados mayoristas, emitiendo su propia deuda pero con la incertidumbre de la alta volatilidad de los mercados financieros y de los cambios en las valoraciones y en los análisis fundamentales por parte de los inversores. En este contexto, continúa el documento, es probable que en el caso de empresas más frágiles en sus balances, aumente el coste de financiación y, al final, termine por condicionar su solvencia en el futuro.

Deuda y otros efectos colaterales de la crisis

El especialista Nouriel Roubini, apodado ‘Doctor Catástrofe’ por su capacidad para anticipar shocks económicos como el de 2008, ha analizado las consecuencias que tendrá la actual crisis en el medio y largo plazo para las empresas en un análisis para Project Syndicate, identificando algunas claves de lo que ha denominado “la depresión más grande desde 1929”. En concreto, cabe destacar especialmente tres de ellas:

  • Una economía mundial “hiperendeudada”, con defaults masivos por el incremento de los déficits fiscales y la caída de ingresos en empresas y familias, que llevará a lo que él llama “una cadena de insolvencias” en los próximos años.
  • La extensión de la disrupción digital, que redefinirá el mapa laboral en todo el mundo, creando nuevos perfiles profesionales, pero que, en una fase inicial supondrá un aumento muy relevante del desempleo en paralelo al auge de la automatización, lo que dará lugar a shocks de oferta (como, asegura, el producido por el inicio de la pandemia en China hace unos meses).
  • Una desglobalización que afectará de lleno a las empresas exportadoras, puesto que crecerán los aranceles y las restricciones al movimiento de bienes. Esto, en su opinión, caminará paralelamente al desarrollo de bloques económicos comerciales, similar a lo que él llama una nueva Guerra Fría.
Fotografía de Pixabay en Pexels
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