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Cómo ayuda el interés compuesto al inversor

Mon Sep 07 10:06:15 CEST 2020

Automatizar la inversión para minimizar riesgos y obtener una mayor rentabilidad. Estas son algunas de las claves que convierten al interés compuesto en un gran aliado que está al alcance de cualquier ahorrador, siempre que se deje guiar por la constancia

¿Alguien se acuerda de Sheldon Adelson, aquel millonario que hace unos años intentó, sin lograrlo, replicar parte del éxito de sus casinos repartidos por medio mundo creando Eurovegas en Madrid? Pues bien, su historia de éxito comenzó como repartidor de periódicos en un pueblo de Massachusetts (EE.UU.), donde, poco a poco, fue mejorando su situación creando sucesivos negocios relacionados con los medios de comunicación, con máquinas expendedoras u organizando ferias comerciales. Tras arruinarse varias veces (la última, durante la recesión de 2008) ahora posee una fortuna, según Forbes, que ronda los 27.000 millones de dólares, en parte se debe, como él mismo ha reconocido, a invertir continuamente todo lo que gana, intentando conseguir una mayor rentabilidad gracias a que su dinero ‘nunca duerme’.

Este es un buen ejemplo para definir lo que es el interés compuesto, “la mayor fuerza del universo”, según afirmaba Albert Einstein, y que consiste en poder capitalizar los intereses que se generan en cualquier operación financiera o por medio de un activo. La Real Academia Española de la Lengua, por ejemplo, afirma que es el “interés de un capital al que se van acumulando sus réditos para que produzcan otros”, mientras que el Banco de España afirma que se trata del “proceso financiero en el que los intereses en cada periodo se suman al capital inicial para producir nuevos intereses”. Desde un punto de vista más irónico, cabe destacar las palabras del conocido inversor Warren Buffett cuando, al ser preguntado por el motivo de su éxito afirmó que se debía a “una combinación de factores: vivir en América, algunos genes afortunados y el interés compuesto”.

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La importancia del ahorro y del interés compuesto

Cualquier persona a lo largo de su vida en condiciones normales debería ser capaz de generar ahorro, es decir, de guardar parte de los ingresos que obtiene, ya que no precisa destinarlos para el consumo. Ese excedente monetario puede optar por reservarlo para futuras necesidades, como comprar una vivienda o realizar dentro de unos años el viaje de sus sueños, o, por el contrario, tomar la decisión de invertirlo, intentando que se revalorice para, por ejemplo, cuando llegue su jubilación, poder complementar su pensión mensual y disfrutar de una vida sin sobresaltos.

Si se escoge invertir parte o la totalidad del ahorro que se genera, llegado el caso, en un fondo de inversiones o en acciones del mercado financiero, un elemento clave es la tasa de rentabilidad, que concreta el rendimiento que tendrá el dinero que se ha depositado, expresado como porcentaje, en un determinado periodo de tiempo. Además de conocer este dato, será aconsejable que, en la estrategia, se analice, si es posible con ayuda profesional en la materia, el nivel de exposición y riesgo que se tendrá, si se decanta por la renta fija o la renta variable, o la fiscalidad y las condiciones de cancelación de los productos que se contraten. “El secreto”, tal y como indica Federico Servetto, Director de Estrategia de Clientes de Banco Sabadell, “está en conseguir que el ahorro juegue a nuestro favor, y las aportaciones periódicas se consolidan como una opción óptima para hacer que crezcan y sacarles mayor partido de cara al futuro”.

Las aportaciones periódicas son una opción óptima para conseguir que nuestros ahorros crezcan y podamos sacarles un mayor partido

El ahorro posibilita distribuir la capacidad de consumo a lo largo de la vida, permitiendo mantener una economía familiar más estable, y teniendo un respaldo monetario en aquellos momentos en los que los ingresos pueden ser menores. Sus principales determinantes son la renta disponible, la propensión marginal al ahorro (es decir, que a mayor renta, por regla general, habrá más consumo), la propensión media del ahorro (o, dicho de otro modo, la proporción que supone el ahorro sobre la renta total de una persona), la riqueza y el tipo de interés.

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En cualquier caso, se opte por una estrategia u otra, es fundamental crear el hábito del ahorro, ya que, si se es capaz de reservar parte de la renta disponible, por pequeña que sea, a realizar nuevas aportaciones a las inversiones, las posibilidades de que en el largo plazo ese dinero rinda rentabilidades altas si se le pone a ‘trabajar’ son muy elevadas. Como afirma Federico Servetto, “ahorrar puede convertirse en una costumbre si logramos automatizar la aportación económica mes a mes. Se trata de ir construyendo y acumulando un patrimonio poco a poco, de manera pautada y preestablecida, lo que implica un menor grado de esfuerzo para conseguir el objetivo planteado”.

Un gran aliado

El valor del dinero no permanece estable a lo largo del tiempo, sino que va variando. La teoría económica afirma que, a medida que el tipo de interés aumenta, las familias tendrán más incentivos para ahorrar, lo que genera un coste de oportunidad para el consumo actual. En este contexto, el interés compuesto entra en juego como el proceso financiero mediante el que los intereses generados durante un periodo se suman al capital inicial para producir nuevos intereses. O, lo que es lo mismo, las ganancias que se generan cada año mediante una inversión se convierten también en fuente de rentabilidad para el futuro. El gran complemento del interés compuesto es el paso del tiempo, puesto que si se le deja ‘trabajar’, el dinero generará unos beneficios que, si se reinvierten, serán capaces de crear mayores beneficios y así sucesivamente.

El interés compuesto permite que las ganancias se conviertan también en fuente de rentabilidad para el futuro

La fórmula que lo define es:Kn= K0 x (1+i)n [donde Kn es el capital que se obtendrá al final, n es el número de períodos, K0 es el capital inicial, e i es la rentabilidad lograda en cada período]

La principal diferencia respecto al interés simple es que, mientras en este solo se multiplican los rendimientos por el número de años, en el compuesto se tienen también en cuenta las rentabilidades de los rendimientos que se obtienen, aumentando el resultado final. Aplicado en el caso de un producto financiero, por ejemplo, un fondo de inversión, significa que no es lo mismo realizar una única inversión puntual y esperar a que el dinero ‘crezca’ que ir haciendo aportaciones periódicas, merced tanto al capital que se va generando, como al que va otorgando el propio producto. De hecho, tal y como asevera Servetto, siempre es un buen momento para acostumbrarse a ‘automatizar’ este tipo de aportaciones, porque “lo ideal es comenzar con suficiente tiempo como para que el interés compuesto tenga margen de actuación, ya que tiene la clave entre ahorrar o ahorrar de forma inteligente”.

En cualquier caso, subraya que, antes de tomar cualquier decisión de índole económico que tenga un impacto en una cartera de inversión, hay que conocer e investigar para medir las consecuencias reales de los pasos que se van a dar. En este sentido, apunta Federico Servetto, “la educación financiera, al igual que muchas otras ramas del conocimiento, es clave en muchas de las actividades que realizaremos en nuestra vida, como adquirir una vivienda, cambiar de coche o emprender un negocio”. Por ello, aboga porque se incorporen de manera progresiva contenidos financieros en los programas educativos, “que, al menos, nos permitan saber sobre las cuestiones básicas de las finanzas que afectan a nuestras decisiones y a nuestro ahorro”.

Fotografía de Photos Hobby en Unsplash
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