El bitcoin ha arrancado 2021 batiendo todos sus récords. Su valor en los mercados se cuadriplicó durante los primeros días de este año, en comparación con el ejercicio anterior, que cerró con un aumento del 300%. Otras criptomonedas, como ethereum –la segunda mayor del mercado- también anotó un crecimiento del 465% en 2020.
Esta alza alimentó el nuevo apelativo mediático del bitcoin como el ‘nuevo oro de los millennials’. Tras la euforia inicial, la criptomoneda más popular del planeta sufría un desplome de más del 20% de su valor sin atender a una causa puntual. ¿Es el patrón de la criptomoneda más famosa del mundo el anticipo del surgimiento del ‘nuevo oro’ o es la crónica de una burbuja anunciada?
El bitcoin, que cumple 12 años desde su creación, cotizó a más de 40.000 dólares (unos 33.374 euros) durante el inicio de este año. Horas después, su valor se desplomaba un 22% sin una causa aparente. Se trataba de la mayor caída que esta moneda sufría desde marzo de 2020, durante la irrupción de la pandemia de la COVID-19. Y la volatilidad comenzó a despertar el nerviosismo de inversores temerosos del estallido de una burbuja de las criptomonedas.
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Desregulación y volatilidad
Los elogios en torno al bitcoin se han sucedido sin cesar durante la última década. Sus simpatizantes alegan que el hecho de que esté descentralizado, es decir, libre de la lupa de gobiernos y órganos reguladores, es una buena noticia porque su precio lo fija el juego de la oferta y la demanda. Sin embargo, esta desregulación puede tener los días contados. En septiembre, la Comisión Europea presentó su primera propuesta legislativa para regular las criptomonedas, una medida exigida por países como Alemania, Francia, España, Italia y Países Bajos que busca “impulsar la innovación preservando al mismo tiempo la estabilidad financiera y protegiendo a los inversores de los riesgos”.
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Con todo, la criptomoneda pionera es ágil de mover, universal, inembargable y tiene un máximo establecido que nunca podrá superar los 21 millones de bitcoins, una línea roja destinada a evitar la inflación de las divisas tradicionales.
No son pocos sus detractores, que alegan la volatilidad de una criptomoneda que no forma parte de ningún sistema económico y que no está regulada por los bancos centrales. Además de estas lagunas legales, sus escépticos advierten de que se trata de una burbuja especulativa, sin valor inherente, que asume un riesgo demasiado alto con el dinero de los inversores.
Otro punto negro es que no hay ninguna solución para recuperar la contraseña en caso de olvidarla o errar 10 intentos. Hace unos días, saltaba a los medios la historia de un programador que estaba a punto de perder 220 millones de euros tras olvidar su clave de ingreso a su wallet.
El propio Scott Minerd, director de inversiones de Guggenheim Investments, señalaba hace unos días en Twitter que esta tendencia alcista del bitcoin es “insostenible a corto plazo”. Su aumento reiterado de los últimos meses invoca a los fantasmas de la burbuja de las criptomonedas que arrancó en 2017. Entonces, un Bitcoin llegó a valer más de 20.000 dólares (unos 16.694 euros), para caer meses después un 80% en su máxima expresión especulativa.
De las criptomonedas al euro digital
La crisis generada por la pandemia del coronavirus ha sido un factor importante en la revalorización de las criptomonedas. Los bancos centrales se han visto obligados a aplicar políticas expansivas, a mantener los tipos de interés en niveles mínimos o a comprar deuda soberana. La moneda digital ha sido, en este escenario, vista por muchos inversores como un activo de estabilidad a pesar de su volatilidad frente a un potencial aumento de la inflación o devaluación de las divisas tradicionales. Todo ello explica en buena medida la fiebre del bitcoin desatada durante el año que acaba de concluir.
Su modus operandi a través del blockchain ha sido otro valor añadido en tiempos de limitaciones sociales y restricciones de movimientos. A diferencia del oro, por ejemplo, su intercambio y su traslado está solo a un clic de distancia.
En este contexto, el BCE ha anunciado la creación de un euro digital, una forma electrónica de dinero que los europeos podrían usar para realizar sus pagos diarios como complemento al efectivo. No se trataría de una nueva divisa ni una criptomoneda, sino que un euro digital tendría el mismo valor que un euro en efectivo.
El modelo se centrará en probar la creación de tokens, que representan de forma digital el dinero, y su distribución sectorial por parte de los bancos a sus clientes a través de la Red-i, un entorno de pruebas controlado ya disponible. Se pretende experimentar con los aspectos prácticos y posibles opciones de diseño, analizando su posible impacto en el sector, además de fomentar la innovación en pagos y la digitalización de la economía, preparando nuevos servicios digitales basados en dinero digital programable e inteligente.
Esta prueba se produce como una continuación de la iniciativa sectorial de pagos programables Smart Payments llevada a cabo también por las grandes entidades españolas, como Banco Sabadell, que se completó con éxito en julio de 2020, y que permitió validar la viabilidad de iniciar transferencias inmediatas programadas en contratos inteligentes (smart contracts) desde redes blockchain, mediante su conexión con el Sistema Nacional de Compensación Electrónica (SNCE). De esta manera, se logró completar más de 20.000 transferencias inmediatas.